Vicente Ferreiro: "Si no cambiamos el diálogo con nosotros mismos, nada cambia"

En plena época de balances, el ingeniero y comunicador granadino analiza en 'El síndrome del buscador' cómo el éxito de los nuevos propósitos depende de desactivar la trampa mental que impide valorar lo que ya se es

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El ingeniero granadino Vicente Ferreiro publica su segundo libro 'El síndrome del buscador'.
El ingeniero granadino Vicente Ferreiro publica su segundo libro 'El síndrome del buscador'. / Francisco Neyra/ Picwild

Vicente Ferreiro (Granada, 1974) conoce bien la estructura interna de las cosas. Ingeniero de Caminos de formación por la Universidad de Granada, ha dirigido proyectos de infraestructuras en ocho países, gestionando desde autopistas hasta plantas de energía. Sin embargo, su inquietud siempre residió en el "fenómeno humano", en aquello que determina que un equipo funcione o que una vida tenga sentido. Tras dos décadas como directivo, decidió volcar su experiencia en el autoconocimiento. Si en su anterior obra, Crea tu plan B, enseñaba a construir libertad profesional, en su nuevo libro, El síndrome del buscador (Ediciones Urano), aborda una patología moderna: la adicción al "más y mejor". En un momento del año donde las listas de propósitos pueden hacer perder el norte, Ferreiro propone no buscar el tesoro fuera, sino descubrirlo en lo que ya se posee.

Pregunta.-De ingeniero de grandes infraestructuras al humanismo y el desarrollo personal. ¿Cómo se construye ese puente vital?

Respuesta.-Fue una transición personal que no ocurrió de un día para otro. Yo soy de Granada y estudié Caminos en la Universidad de Granada, aunque completé parte de la carrera en con becas en Portugal y Estados Unidos. Siempre tuve esa "espinita" del humanismo; en aquellos años el sistema educativo era muy monolítico y debías elegir entre ciencias o letras. Elegí ciencias, pero siempre mantuve la inquietud por la persona y por lo que determina que los equipos funcionen. Tras trabajar en 25 ciudades de 8 países, me hice la gran pregunta: "¿Qué puedo hacer con todo lo que sé y ya soy a partir de ahora para tener un impacto mayor en los demás?". Fue un proceso de ir pivotando de una carrera 100% técnica hacia la escritura y la mentoría, complementando lo aprendido en la gestión de proyectos internacionales con mi propia experiencia vital. Para mí fue liberador sacar todo eso que llevaba dentro.

P.-Usted ha bautizado este concepto como el "síndrome del buscador". ¿En qué consiste exactamente esta trampa mental?

R.-El concepto nació para dar nombre a esa búsqueda infinita que sufrimos casi todos. Es una especie de adicción moderna en la que siempre estamos buscando el "más y mejor": mejores trabajos, mejores relaciones o una pareja ideal. Incluso pretendemos cambiar a nuestros hijos porque no nos gusta cómo se comportan. Es un bucle que empieza por el estímulo constante de contenidos e información en el mundo actual; consumimos tanto que, inevitablemente, nos comparamos con otros. Esa comparación genera expectativas irreales que nos hacen perder el sentido de la realidad y nos vuelven insatisfechos con lo que tenemos. Nos obsesionamos con lo que falta y olvidamos valorar lo que sí tenemos: familia, salud o amigos... Es como la rueda de un hámster que genera ansiedad y estrés.

P.-Estamos en el momento del año de los balances y los propósitos. ¿Cómo evitar que estos objetivos sean una trampa?

R.-En esta época solemos hacer una parada y ponernos metas, pero debemos distinguir si lo que buscamos está conectado con nuestra esencia o si lo hacemos por el "qué dirán". Si quiero ir al gimnasio o cambiar de coche, ¿lo hago para sentirme mejor o para que los demás me vean de cierta forma? Puedes cambiar de trabajo o irte a un retiro en el Tíbet buscando la paz, pero si no cambias el diálogo contigo mismo, nada cambia. La clave para cerrar la brecha entre lo que queremos que pase y lo que sucede es practicar la aceptación. Y aceptar no es resignarse ni conformarse, es reconciliarse con uno mismo y con lo que ya tenemos. El propósito vital no se busca como un tesoro oculto; el propósito se crea a través de la exploración con criterio.

P.-En el libro insiste en la importancia de ser nuestro propio referente. ¿Por qué nos cuesta tanto desatender la validación externa?

R.-Queremos sentirnos aceptados por la sociedad porque venimos de una evolución donde no pertenecer a la tribu significaba morir. Hoy mantenemos ese miedo atávico al ridículo o a la vergüenza, que para nuestro cerebro es casi como morirse. Y en este mundo de tanto "postureo", la sociedad valora más a quienes no tienen miedo a ser ellos mismos. El "ego" es ese falso yo con el que salimos al mundo, pero no somos nosotros. El verdadero poder es quitarse la máscara y desatar la autenticidad, definiendo nuestra "identidad mínima viable": esos valores a los que no vamos a renunciar nunca pero siendo flexibles al mostrarse al mundo.

P.-Traslada también esta visión al mundo laboral. ¿Qué significa hoy ser un profesional "auténtico"?

R.-Debemos preguntarnos qué somos más allá de la etiqueta de abogado, ingeniero o periodista. Muchas empresas funcionan hoy como una "distracción de adultos" donde la gente hace una representación teatral para cumplir objetivos. Sin embargo, con la llegada de la Inteligencia Artificial, que va a ser un tsunami brutal, debemos preguntarnos cómo podemos destacar. La IA no puede sentir ni interaccionar como tú, ni tiene libre albedrío. El valor profesional hoy reside en ser únicos e irrepetibles, y eso se consigue siendo auténticos. Por eso defiendo el concepto de "proyecto personal paralelo" o "plan B". Es responsabilidad de cada uno tener la capacidad de reinventarse con las herramientas que ya posee para no quedarse "colgado de la brocha" cuando un sector decide despedir a miles de personas.

P.-Menciona en el libro la "bulimia de experiencias". ¿Se ha convertido el ocio en una obligación de agenda llena?

R.Sí, es una especie de huida hacia adelante. Tenemos que llenar la agenda de eventos porque parece que, si no vamos, se nos escapa la vida, cuando en realidad la dejamos escapar por no parar a saborearla. La no productividad también es productiva. Nos agobiamos si el viernes no tenemos planes, y sentimos que hemos aprovechado la semana solo si la agenda está llena de colores. Hemos perdido el libre albedrío de la improvisación. Esa necesidad de tener compromisos constantes es una estrategia para evitar enfrentarse a uno mismo.

P.-¿Este exceso de opciones y expectativas está intoxicando también la amistad y el amor?

R.-Absolutamente. En redes sociales parece que debemos tener listas de amigos infinitas, pero el contacto real humano tiene límites sociológicos. Amigos cercanos, con los que puedes hablar sin prejuicios, no suelen ser más de cinco. Sin embargo, hoy todo se vuelve transaccional a través del networking; parece que no puedes hablar con alguien solo por el placer de conocerlo, tiene que haber una intencionalidad. En la pareja pasa igual con las aplicaciones de citas. Nos hacen idealizar a las personas, y cuando la realidad no coincide con nuestra expectativa, sufrimos. Debemos aprender a aceptar a los demás —pareja, amigos o hijos— como son, y no como la sociedad nos dice que "deberían" ser.

P.-¿Es la soledad el paso previo necesario para encontrar ese propósito del que habla?

R.-Nos han educado pensando que estar solo es un problema, pero todos necesitamos momentos de silencio y sosiego. Si no somos capaces de estar diez minutos con nosotros mismos sin mirar el móvil, difícilmente estaremos bien con los demás. El propósito vital, esa "estrella polar", nace de preguntarse: "¿Qué puedo hacer hoy, con lo que ya sé y ya soy, para entregar algo al mundo?". Para algunos, ese propósito puede ser simplemente entregar alegría y energía a los demás. El gran obstáculo es la dictadura del ego y la esclavitud de las expectativas.

P.-Su libro nace de un podcast. ¿Cómo ha sido ese proceso de validación digital?

R.-El podcast El Síndrome del Buscador fue un experimento para ver si el mensaje resonaba en un mundo con tanto ruido audiovisual. Me sorprendió ver cuánta gente se identificaba con el término. Además, sirvió para posicionar el concepto: ahora, cuando preguntas a herramientas de Inteligencia Artificial como Gemini sobre este tema, citan el libro y mi trabajo como fuente. Hoy en día, el autor debe ser el principal embajador de su mensaje, porque un libro en papel es solo una pieza de un puzzle que incluye vídeos, redes y entrevistas para lograr que el mensaje llegue y transforme vidas.

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