Querer mi ciudad es mucho más que escribir cuatro líneas en una cuartilla donde fluyen y explayan sentimientos y convicciones como hago ahora. Querer a mi ciudad es sentir que si en marzo asistía en una nube a su defunción, hoy quiero ver luz que ayude recuperar lo no vivido, lo que se escapó a causa de un virus, lo que abandonó a suerte de cruz y soledad este tiempo infame que nos tocó vivir. Sé que en muchos de nosotros, dibujar la ciudad es apenas un retrato de exigencias, de indecisiones, de críticas, de desamores. Sé que para muchos dibujar no va más allá de recrear la tierra donde nacimos y el dolor donde transitamos.
Pero hoy no podemos permanecer en esa herida. Corresponde crecer con lo que la empuje, con lo que la haga vivir. Entregar en paz el fideicomiso de su historia a quienes un mañana incierto otorgue el privilegio de recibirla como un día la recogimos. Decía Italo Calvino que las ciudades son conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque, pero estos trueques no lo son sólo de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos. Eso debía ser parte de nuestra ciudad.
Camino de los setenta días de alarma, a pesar de que la ciudad parece bullir, a pesar de verla desperezarse estas mañanas entre el ruido de coches, me sigue invadiendo una imagen de ciudad vacía, gris, silenciosa, condenada al olvido… ciudad donde nada es verdad ni mentira; ciudad ausente que algunos llamaron; ciudad inerte, pesada, sin ganas de seguir por más tiempo en la lucha. Ciudad que dejo de ser ciudad. Hubo quienes desde el confinamiento creyeron en un sol que por días nos acompañó. Hubo quienes del silencio hicieron escuela de una ciudad de paz. Pronto comprendieron que esa paz del virus traía consigo hambre y pobreza. Hubo quienes saludaron la limpia atmósfera de ciudad vacía. Pero comprendieron que fábricas y escuelas vacías abocaban al desencuentro con lo que fuimos y debemos tener para, simplemente, vivir.
Es difícil. Podemos hacer discurso político con todo. No trato de querer más o menos. No trato de señalar con el dedo si nos equivocamos. Riesgos, todos. Seguridad, ninguna. Pero creo que mi indecisión abocaría a vidas de dolor, miseria, y desesperanza. A mirar avergonzado a sus familias y decirles que hasta aquí llegamos, que a partir de mañana será sólo Dios el que provea. ¿Responsabilidad social? Toda. Es momento de grandes personas, de grandes esfuerzos. Y de equivocarnos. En las colas del paro también se guarda la distancia.
Siempre creímos en el encuentro. Incluso cuando Ortega y Gasset dijo aquello de ciudad es ante todo plaza, ágora, discusión, elocuencia. No necesita tener casas; las fachadas bastan. La gente construye la casa para vivir en ella y la gente funda la ciudad para salir de la casa y encontrarse con otros que también han salido de la suya. Debemos salir al encuentro de esa ciudad que necesita habitantes más que fachadas. Me gustan propuestas que dibujen ciudad, que generen encuentro, disfrute y cercanía. Que hagan ciudad nuestra, del ciudadano, saludable, abierta y responsable con el momento que nos tocó maldecir.
Pero también debemos dibujar Granada, la que teníamos, la que en marzo hurtó a muchos lugar, trabajo y esperanza. El futuro de ellos, de todos, trabajadores, autónomos, empresarios, siempre será el nuestro. No vinimos para una guerra. No estábamos preparados. Tampoco hoy.
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