LOS presupuestos ya no pertenecen al ámbito de las ciencias exactas sino a las especulativas. Son pura metafísica. Los gerentes, según la nueva moda implantada por el gobierno autonómico, deberían ser expertos en ontología o moral más que en contabilidad. La Junta ha dado este año un bandazo que sobrepasa con mucho el antiguo hábito otoñal de comparar las cifras de las cuentas públicas y sacar por comparación conclusiones más o menos atinadas de lo que nos corresponde en la distribución impositiva. Ya no sirven los cálculos, sino los propósitos. Ya no valen los sumandos sino las intenciones profundas. Un silogismo o una charada es más valioso que una suma o una resta. El optimismo socialista tiene más valor que los guarismos.
El avance de los presupuestos de 2012 que han presentado los consejeros de la Junta en cada provincia es un disparate sin atenuantes, una extraña mezcla de deseo y perfidia. No hay números ni partidas sino buenas intenciones. La Junta ha ideado una caja común para financiar unas necesidades colectivas que superan ampliamente el líquido disponible. Para solucionar esta elemental discrepancia matemática ha sustituido las cifras por deseos o nociones tan abstractas como los anhelos, los antojos y las ambiciones.
Yo deseo que terminen las obras del Metro o del gran hospital del Parque de las Ciencias de la Salud, y como es un deseo profundo, producto de la ambición electoral y la convicción ideológica, su mera enunciación en el presupuesto debe generar más confianza que la asignación de una partida de gastos. Eso dicen, pero nadie lo cree. La Junta no tiene el coraje de presentar un listado con las inversiones (tristes, ayunas) del año que viene. Teme las consecuencias del 20-N y por eso, como se suele decir, se la coge con papel de fumar. Según la crónica, los único nominalmente seguro en el presupuesto es "la restauración del camarín de la Virgen del Rosario" y algo relativo a los yacimientos de Orce. El marianismo y los huesos. La inversión principal, los 130 millones para avalar el crédito ante el Banco Europeo de Inversiones y poder acabar de una puñetera vez el Metro, es en realidad una partida frustrada de este año.
José Antonio Griñán, en un rapto de responsabilidad, ha debido olvidar las patrañas misericordiosas y optar por el realismo sucio. Para que funcionen las escuelas, los servicios sociales, para que marche la sanidad, hay que amortajar las restantes inversiones. O eso o nada. Sin tapujos ni juegos malabares. El disimulo o la esgrima verbal son menos recomendables. Primero, porque tienen menos crédito que las prestidigitaciones de un trilero y, segundo, porque nutren fácilmente las demagogias del contrario.
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