Con las cosas de comer no se juega y con el agua, que está en el origen de todo lo que comemos, mucho menos. Uno lleva décadas escuchando que en el futuro más próximo las guerras, los grandes de movimientos de población y las estrategias de las potencias que mandan en el mundo estarían motivados por la lucha por el agua. No por el petróleo ni por otras materias primas. Lo certifican varios estudios que Naciones Unidas ha hecho público durante los últimos años, con datos que llaman a la reflexión. Por ejemplo, durante el pasado siglo el consumo de agua multiplicó por seis el crecimiento demográfico mundial, que ya fue espectacular. Otro: en este primer cuarto de siglo, dos tercios de la población mundial vive en condiciones de grave escasez al menos una parte del año.

Como en otras tantas cosas, en el rincón del hemisferio norte que nos ha tocado vivir somos unos privilegiados. Hasta ahora la sequía, que siempre iba acompañada por el adjetivo pertinaz en los nodos del franquismo, castigaba de forma periódica a la mitad más seca de España para desesperación de los agricultores y de muchos ciudadanos, que veían como sus grifos dejaban de funcionar más por la carencia de infraestructuras de almacenamiento y transporte que por falta de agua.

Pero parece que las cosas también por aquí están empezando a cambiar. Estamos en un ciclo seco que se ve agravado por el cambio climático. Todo apunta a que lo que hasta ahora eran episodios que se daban cada cierto tiempo van a ser mucho más frecuentes. La pregunta es si estamos preparados para adaptarnos a una nueva situación en la que el agua va ser escasa y, por lo tanto, cara. Estos días se suceden muy cerca de nosotros las noticias, todas ellas malas, que tienen al agua como protagonista: desde la desecación de la última laguna permanente de Doñana hasta las pérdidas millonarias en cosechas clave como el olivo y la vid. El presidente de la Junta ha puesto el agua entre sus prioridades de gestión e incluso ha sumado el sustantivo a la denominación oficial de la Consejería de Agricultura. Pero con las buenas intenciones y los anuncios para la galería no son suficientes. Hay que ponerse a actuar sin olvidar en ningún momento que el agua es demasiado importante como para meterla en el debate político. Es una cuestión de Estado que abarca problemas que no se resuelven en una legislatura ni en dos.

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