El Arte del Cambio

Estos tipos que han desguazado el estilo de la banca no merecen el honroso apelativo de banquero

Toda la actividad económica en aquella impresionante y bellísima Florencia del siglo XIII, estaba circunscrita en alguno de los veintiún gremios de los que sólo siete eran, en justicia, considerados mayores, no sólo por el volumen de su actividad, sino por la dignidad social de sus miembros y el profundo calado y dimensión económica y hasta cultural de sus acciones. Uno de esos gremios era el denominado Arte del Cambio, que comprendía todo negocio financiero, bancario.

Familias antiguas de aquellos banqueros, dignísimos mercaderes del dinero, de los metales preciosos y de las gemas empleadas en la alta joyería, tales fueron los Alberti, los Spini, los Ricci o los Medici, cuyo nombre quedó consagrado en el templo de la fama y atravesó los tiempos, desde aquellos en los en que andaba por el mundo el viejo Cosimo, hasta los que fueron instalándose en la púrpura y gobierno de las repúblicas y los principados o vistiendo hasta la mismísima nívea blancura de la sotana papal. Así fueron de audaces aquellos Medici banqueros, que esculpieron todo un estilo, construyendo magníficos palacios que llenaron de fascinantes pinturas, canónicas y sugestivas esculturas, siendo mecenas de todas las artes y la filosofía, de las letras y de las ciencias.

De aquellos banqueros, émulos de los florentinos, fueron los que prestaron posibles a los Reyes Católicos, para dibujar en los cartularios las tierras nuevas que fueron denominadas Indias Occidentales y que, antes, habían puesto dinero para terminar la reconquista peninsular del último reino que quedaba del Islam; levantado, por cierto, sobre cimientos que fueron cristianos mucho antes; haciendo caer a Granada, entre las perlas de sus coronas, haciendo surgir una realidad que antes sólo fue idea ansiada, de nombre España, que hubo de ser sueño para muchos ante el que rindieron sus vidas, para alcanzar y sostener la vida superior del propio imperio.

Hoy, los bancos son otra cosa. Hasta poco hace, ofrecían en nuestro país a sus clientes 96 sucursales, con todos los servicios, por cada cien mil habitantes. Hoy son 43 para el mismo número de ciudadanos, a los que, además, no atienden y los obligan a realizar sus operaciones directamente, en los llamados cajeros automáticos, casi en la calle, exentos de mínima seguridad y sin el menor trato humano, ni amable ni grosero. Bueno sí, pues grosera es esta nueva actitud, que crea, además, poca riqueza y fomenta los despidos de los propios empleados. Estos tipos, que han desguazado el estilo de la banca, no merecen el honroso apelativo de banqueros. Habría que aplicarles otro. ¿O no?

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