Érase una vez
Agustín Martínez
La Navidad de Granada no es para los pobres
Postrimerías
Por su biógrafo español, el narrador, poeta y catedrático de Filología Latina Antonio Serrano Cueto, autor de un libro de referencia, El escritor que quiso ser invisible, que verá pronto la luz en lengua italiana, sabíamos que este 2023 se cumple el centenario de uno de los grandes fabuladores europeos del siglo XX. Pocos escritores de su época, que ya no es la nuestra, han aunado como Italo Calvino el rigor a la hora de enfrentar la tarea creadora, la reflexión en torno a los retos y los límites de la misma, la inquietud estética por adentrarse en territorios no hollados y una forma de compromiso ético que huía de las adhesiones viscerales para tratar de entender, sin prejuicios ni condicionantes ideológicos, la complejidad de la realidad contemporánea. Muchos lectores en castellano lo asociamos a Borges no sólo porque el argentino fuera una de sus devociones confesas o por las evidentes conexiones entre ambos, sino porque empezamos a conocerlos por los mismos años y de algún modo los tenemos ubicados en la misma galaxia, a una distancia considerable de otros autores asimismo celebrados que no han resistido tan en forma -tan invariablemente lúcidos y estimulantes- las naturales oscilaciones del gusto con el paso de las décadas, casi cuatro ya desde sus muertes consecutivas. Desde la inicial etapa neorrealista hasta entregas postreras como las inacabadas Seis propuestas para el nuevo milenio, cuya vigencia no deja de sorprender, o reunidas póstumamente como el maravilloso Por qué leer a los clásicos, la obra ineludible de Calvino permite definir a su hacedor como un inmenso artista que tuvo algo de visionario. Luego de distanciarse de los tonos sociales para ensayar la fábula o la alegoría, en la memorable trilogía Nuestros antepasados, el antiguo partisano, en contacto con otros innovadores, se sometió a los juegos del ars combinatoria en títulos como El castillo de los destinos cruzados, pero fue en la última etapa cuando emprendió, como lo ha llamado Carlo Ossola, el "viaje hacia lo secreto". Ya había cultivado la hibridación del género fantástico con la narración filosófica, pero a partir de entonces, desechada la posibilidad de encontrar un orden, se orientó a los predios de lo invisible. La mirada se vuelve entonces a la geografía interior, única e irrepetible en cada individuo, y a la vez explora el territorio inmemorial del mito, la "parte en la sombra" donde el propio ser, íntimo e insondable, se refleja en los objetos o las presencias que lo acompañan. Su doble inquisición tomó la forma de un pensar narrando o un fabular desde las ideas que sin embargo -y por fortuna- nunca perdió de vista las cosas mismas.
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