Celebración decadente

El proyecto común que identificamos con España es bastante más complejo que su representación militar

El pasado miércoles, aunque pudiera parecer lo contrario, no fue el día de las fuerzas armadas; para esa conmemoración ya existe uno específico todos los años, allá por la primavera. El 12 de octubre es, fundamentalmente, el día de la fiesta nacional de España y por eso causa extrañeza que un desfile militar con exhibición de tropas, material y alardes bélicos sea el protagonista principal de la jornada. El proyecto común que identificamos con España, sin entrar en su carácter plurinacional que algunos reivindican, es bastante más complejo y variado que su representación militar y, por eso, no deja de ser chocante que a la hora de hablar de nación o de patria siempre recurramos a símbolos de defensa o ataque, como si no hubiera otras actividades que nos puedan representar. Porque son muchos los aspectos sociales, profesionales, culturales o altruistas que merecerían también un expreso reconocimiento y sentirse protagonistas permanentes de esta celebración, aunque no participen de la espectacularidad de un desfile militar. Creo que es la inercia arrastrada de años de dictadura y de tradición militarista decimonónica la que hace que la expresión del sentimiento patriótico se convierta en una celebración de los ejércitos. Si a este hecho le añadimos la recepción que los reyes ofrecen a la crema social española con un marcado carácter elitista y capitalino, cerramos el círculo de una celebración decadente. Por más que algunos medios quieran darle una enorme relevancia, no parece que produzca un especial fervor popular ese interminable besamanos de más de 2.000 personas saludando fugazmente a los reyes, que soportan estoicamente un aburrimiento absolutamente inútil. Así podemos explicarnos que un gran número de españoles que no vibran con las músicas militares ni con marciales desfiles y que no participan de, al parecer, los tradicionales y jugosos corrillos de una recepción acartonada, les cueste un serio esfuerzo sentirse identificados con una celebración que cada día parece más impostada.

Sería necesario algo de imaginación, arrojo y sensibilidad social para desmilitarizar y civilizar y popularizar esta fiesta nacional, superando la decadente forma de celebración actual y abriéndose a otro tipo de manifestaciones de carácter cultural, deportivo o festivo, repartidas por todo el país, en la que puedan participar los ciudadanos de a pie y que represente más y mejor el sentimiento colectivo que ese día trata de expresar.

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