Pilar Vera

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Censura

La neocensura campa al abrigo de los dueños del bien, de la línea que separa puros e impurosCuando se publique y difunda la sentencia (como había solicitado) perderá su honor e intimidad

El discurso está tan viciado que hablar de nuestra piel fina te sitúa directamente fuera de la esfera de los seres de luz. Es que no tienes sensibilidad, es que no te has revisado, es que seguro que aún te ríes con los chistes de Arévalo o echas de menos la mili.

Pero la neocensura no es una invención: existe y campa, como suele, al abrigo de la llamada de los dueños del bien, de la línea que separa puros e impuros, de los valores más elevados. Puede que primero fuera el humor: el sinsentido más absurdo, porque el humor es una de las materias con más corta fecha de caducidad; si algo está desfasado, termina cayendo por su propio peso. No han sido pocos los que han tenido que pedir perdón en la picota por sus pecados: es decir, y tiene sangre esto, por sus chistes.

Luego está la cuestión de las guerras de género. El británico Owen Jones aseguraba esta semana que no hay tal censura a quienes son críticos con las políticas generistas (teoría queer, autoidentificación), más allá de algún hostigamiento en las redes. Llama la atención, porque él mismo exigió que se expulsara del Partido Laborista a las feministas anti leyes queer–el Partido Laborista ha tenido unos resultados tan tristes que está escorando al respecto–, siendo, desde luego, un tema que ha despertado grandes cotas de impugnación: JK Rowling se ha transformado en aquella que no puede ser nombrada por un manifiesto al que acusan de tránsfobo valedores con falta de comprensión lectora; al biólogo Richard Dawkins le han retirado la licencia de publicidad en YouTube por entrevistar a una de las autoras de la lista negra y afirmar que existen dos sexos; y hay ejemplos de mujeres que han sido despedidas o apartadas de sus trabajos en Reino Unido –entre ellas, la española Laura Favaro, marcada por la City University de Londres por investigar los conflictos sexo/género–. Aquí, recientemente, entidades LGTBI han pedido que la escritora Najat El Hachmi no sea pregonera de las fiestas de la Mercè en Barcelona.

Por supuesto, la censura no es competencia única de la llamada izquierda: este verano, ayuntamientos de derechas cancelaron distintas obras de teatro y, esta misma semana, dos ayuntamientos del PP anulaban conciertos de José Manuel Soto por una de sus típicas vaciladas en redes sociales. Una acción que alimenta un peligroso gesto: el de castigar a cualquiera por atreverse –bien, mal, regular– a opinar de algo o alguien.

No sé de dónde nos han salido estas varas de medir guillotinescas, pero está visto que ni la Inquisición, ni la Stasi, ni el Ministerio de la Verdad actuaban solos.

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