Los cínicos crearon su escuela en la Antigua Grecia durante la segunda mitad del siglo IV a.C. Antístenes fue su fundador. Utilizaban las sátiras irreverentes para atacar o evidenciar la corrupción de la sociedad de su tiempo. La ironía o el sarcasmo son los elementos que desde su origen han empleado los grandes escritores siguiendo esta escuela que nació para ridiculizar los comportamientos reprobables del género humano. Escuela que debe su nombre originario al lugar donde su promotor solía impartir sus enseñanzas, el gimnasio Cinosarges, cuyo nombre se refiere a "perro brillante y ágil". Hoy el término está lejos del animal de compañía al que mimamos, sacamos de paseo, y nos agachamos para recoger sus mierdas calientes y está más cerca de la definición de "persona despreciable". El cínico es aquel que "actúa con falsedad o desvergüenza descarada" dice el diccionario, aunque la actualidad supera la definición. Ese es el cínico vulgar, el que brilla en los mítines durante la época preelectoral, ese que vemos por las calles buscando nervioso, como olisquea y mueve la cola el can, la mano de un ciudadano para estrechar, un bebé que robar de los brazos de la madre para inmortalizar su campechanía en una foto, ese es al fin de cuentas el pobre desgraciado que se cree en la obligación de descender hasta el populacho desde su ínfima condición elevada.

Al cínico contemporáneo no lo ves ridículo disfrazado con ropa de calle. El cínico contemporáneo no utiliza la primera persona del pronombre, yo, yo, yo…, prefiere la segunda, siempre más efectiva: "Porque tú, porque te…". Ni promete ni niega ni da, pero augura un lugar en el que "lo importante es que nadie se quede en el camino", mientras va dejando en la cuneta a cualquier infiel a sus expectativas de lucro; "la materia prima es la confianza", pero fallará cuando el débil la reclame. "No importa el dinero, importa la sonrisa de un niño en edad escolar, una puesta de sol, un caballo en libertad, un amor verdadero…", da voz a la usura un joven "con flow", pero sin importarles el dinero reclamarán siempre el doble, el triple, el interés de demora… El cinismo es gritar: "Escuchar, hablar, hacer", porque harán lo que tengan que hacer, sin consideración, contra los débiles, contra los vulnerables del sistema a los que seducen con sus cantos, los atrapan, succionan todo lo absorbible y rematan con un desahucio nunca limpio. Apago la tele indignada. Subo el volumen del equipo, escucho a los Niños Mutantes: "Caerán todos los bancos… caerán/ Arderán los ladrones, arderán/ y sus cenizas se irán con el viento". "Tú que juzgaste a vivos y a muertos/ quémate en el infierno/ pero quémate a fuego lento…", dice otra canción. Este sí es el cinismo primigenio de la Antigua Grecia, el irónico, el que denuncia, el bueno. El otro, el que juega con el sentimentalismo ñoño, sobrecoge.

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