Columna sin fuste

No permitamos que la pulsión por la productividad amargue los momentos de paz y bien

Llevo tres cuartos de hora mirando el fuego de la chimenea y pensando en qué artículo podría escribir, pero no se me ocurre nada. Había una canción de Serrat sobre la misma temática, sólo que él miraba al techo (al que, por cierto, no le iría nada mal -nos confesó- una mano de pintura). A mi chimenea, en cambio, no hay un pero que ponerle.

Suave es la noche del domingo, pero me ha noqueado con un directo de paz doméstica en la barbilla. Lo suyo sería irme a dormir y esperar a que mañana la inspiración me pille repuesto. Pero los niños se fueron por fin a la cama, mi mujer duerme en el sofá y la perra, a mis pies, mira la chimenea como si también ella estuviese buscando un tema para su próxima oda a la vida retirada. Antes de caer traspuesta, mi mujer encendió una vela que huele maravillosamente bien a limón. Da rabia romper la magia para acostarnos lamentando que no hice lo que me tocaba.

Cuando uno es joven, encuentra fascinante lo de despertar a las chicas, en plan beso del príncipe azul de la Bella Durmiente. Ahora, con veintitantos de matrimonio, no estamos para cuentos. Más encantador resulta dejarla durmiendo, tan bella durmientemente o más. A estas alturas de la noche, mi alergia a los viajes se concreta en la travesía del pasillo hasta nuestro gélido dormitorio: es un éxodo que no nos merecemos. Si acaso, haciendo un esfuerzo, quizá me atreva a alejar medio metro mi silla de la chimenea, si me obliga el calor, aunque, por ahora, prefiero aguantar.

Para justificar este ronroneo epicúreo debería escribir el artículo. ¿De qué?, pregunto a las llamas. Sus lenguas me confirman que de política no tengo nada nuevo que analizar. Ya saben mis lectores lo que me parece fatal, y lo último sería acarrear aquí un montón de cenizas de palabras gastadas. No sólo las Musas han pasao de mí, sino también las Erinias. Andarán de descanso dominical.

Como yo estoy en la gloria, podría contarlo. El problema es que una columna tiene que ser un bien de utilidad pública y servir de algo a quien la lea en esta mañana belicosa del martes a la que de golpe y porrazo nos hemos trasladado. ¿Qué les podría ofrecer a ustedes desde mi ya lejana noche del domingo? Quizá un pequeño consejo. Contra el mantra de la eficacia y de la utilidad, disfruten esos momentos de la mente en blanco, el reloj sin norte, la intimidad sin más y la felicidad menor. A Serrat, además, le salió una canción preciosa.

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