La esquina
José Aguilar
Solipsismo en palacio
LLEGABA de una entrevista de trabajo. Tiene 39 años y se llama María (nombre ficticio por pudor ajeno). Parece que las relaciones con su padre no eran muy buenas, más bien desea dejarlo plantado y que deje de controlar su vida o al menos tenerlo metiendo las narices en todo. Hay algún familiar, una sobrina, que parece que si le tiraban algo pero oye que si me sale ese trabajo lo mando todo al carajo. A la boda de la amiga que era el domingo puede que no vaya. Que no me retiene nada en esta tierra, que si me llaman y me dan el trabajo me marcho ahora mismo, que me voy para Lisboa. Imagínate Lisboa, que está aquí mismo que vas y vuelves en coche. Y la de oportunidades que podría tener, que aprendo portugués y todo lo que podría abrirse en mi vida, seguro que puedo ascender en el escalafón. Y que como no tengo novio nada me retiene. Oye que dejo plantado todo, que cómo me llamen alucino, si me dan ese trabajo el lunes estoy en Lisboa. Y a lo mismo allí encuentro el amor de mi vida. Y a mi amiga pues lo siento, que no voy a la boda.
En tres minutos todos conocíamos la historia, casi la vida resumida de María. Era como para cruzar los dedos y ponerle velas a todos los santos, que sí, que la llamaran el lunes y trabajara en Lisboa. Sería una pena que todas esas ilusiones se fueran abajo. Y su amiga seguro que se lo perdona, total bodas hay todos los domingos.
En tres minutitos todos los que viajábamos en el LAC, trayecto Gran Vía hasta Puente Blanco, teníamos el resumen vital pregonado móvil en mano de la tal María (eliminando algunos improperios y palabrotas, claro). Creo que no se enfadará de verlo publicado, y si está en Lisboa menos, claro. En el espacio público del bus lo cantaba sin rubor. Los únicos que no se enteraron fueron unos turistas japoneses, aunque depende del nivel de español que manejaran.
Y luego nos dicen a los profesores que no podemos publicar datos personales, que cuidadito con la protección de datos, que si la intimidad y no sé cuantas carajas legales. Mientras tanto el personal ya no solo dice que voy por aquí o por allá, o que llego tarde o que me atraso o que calientes el estofado, para eso está el Watsapp o el Twitter. Lo suyo es confesarse a voz en grito, por el móvil y en el bus. Suerte María. Vale.
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