Quousque tamdem

Luis Chacón

luisgchaconmartin@gmail.com

Cosas de la edad

El tiempo, que no somos capaces de dominar, es imposible de asir y se nos escapa como el agua entre los dedos

La edad solo es una circunstancia pasajera. Cada momento de nuestra vida es como el cangilón de una noria que se llena y vacía igual que el mecanismo de un perpetuum mobile, sin que podamos controlarlo nunca. El tiempo, que somos incapaces de dominar, es imposible de asir y se nos escapa como el agua entre los dedos. Quizá por eso escribió C.S. Lewis que “el futuro es algo que cada cual alcanza a un ritmo de sesenta minutos por hora, haga lo que haga y sea quien sea”.

Nuestra edad nos encuadra en una de esas etapas en las que de siempre se ha dividido la vida; infancia, juventud, madurez o vejez. Pero defender que ello nos infunde per se un determinado conjunto de cualidades o defectos común a todos nuestros coetáneos, independientemente de cuál haya sido su formación y cuál sea su cultura, el ambiente en el que se haya desarrollado su experiencia vital o su propia actitud ante el mundo y la vida, no es más que un prejuicio irracional, insostenible y tan ridículo como pedestre. Es cierto que los años nos hacen ganar experiencia, entendida esta como la acumulación de aciertos y errores fruto de nuestras decisiones y de las consecuencias derivadas de las mismas. Pero también, de acciones y omisiones de muchos otros en las que sólo participamos como meros agraciados o afectados sin tener el más mínimo poder de decisión sobre ellas. Y son esas experiencias, esas cicatrices vitales las que nos hacen ver de modo diferente cada situación y analizarla en función de posibles derroteros que otros, por ausencia de referentes, serán incapaces de prever siquiera.

Pero no es la edad, es la vida. La de cada uno. Vida, aptitudes, actitudes, experiencia, conocimientos, viajes, estudios… Pues si un veinteañero Mozart nos regaló su monumental Idomeneo, rey de Creta, el glorioso Falstaff de Verdi fue compuesto por un octogenario. De igual modo que Rimbaud finalizó su magna obra poética antes de cumplir los veinte sin volver jamás a ella, mientras el príncipe de Lampedusa sólo escribió El Gatopardo, y siendo casi sexagenario. Por ello, simplemente porque basta mirar alrededor para toparse con jóvenes brillantes y ancianos estúpidos en similar porcentaje al que te cruzas muchachos engreídos intelectualmente inanes y ancianos descollantes y geniales, no es inteligente valorar las aportaciones de nadie en razón de su edad. Siempre es fundamental valorar qué se dice o hace, obviando quién lo dice o hace.

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