Todo comienza con un pequeño detalle. Deben darse, eso sí, unas circunstancias determinadas, peculiares en el tiempo, precisas en un sistema imperceptiblemente caótico. A partir de ahí, una insignificante perturbación podrá generar un efecto devastador a corto y medio plazo. El efecto mariposa, inducido, porque nada es producto del azar, que llega para trastocar el orden o para alimentar la teoría del caos. En matemáticas se habla de sistemas deterministas, pues el comportamiento puede ser determinado conociendo sus condiciones iniciales. Sin embargo, parece imposible que funcione así aplicado al comportamiento de un individuo alienado en ese proceso en el que las personas se vuelven ajenas al mundo en el que viven, tal vez y, desde un punto de vista marxista, por las distorsiones que causa la estructura de la sociedad capitalista en la naturaleza humana. Un individuo en continua contradicción. Apenas hemos percibido el movimiento del ala de la mariposa que desencadenará la confusión, cuando tomamos conciencia de la imposibilidad de una marcha atrás. Caminamos entonces hacia el caos, incontrolados, arrastrados por la inercia. Y aún siendo conscientes del derrumbe, miramos impertérritos la debacle. Sumergidos en la catástrofe nos preguntamos en qué momento hemos llegado a ese punto, cómo nos hemos dejado enterrar en la imposibilidad.

Cormac MacCarthy describió a la perfección ese instante en su novela La carretera. No se trata tanto de un relato distópico, como del aviso con que el autor nos alerta en un mundo devastado, donde no cabe el cuestionamiento. Para McCarthy no importa lo que ha originado el punto sin retorno, sino una vez situados allí, retratar la verdadera condición del ser humano. Un género de la peor calaña que, en circunstancias favorables, antes de que el caos acontezca, domina el arte de lo políticamente correcto. Después, se lanza de cabeza al nada importa. Por eso, porque lo peor existe agazapado, lo más terrible puede llegar tan sólo con el leve movimiento del ala de una mariposa. Y parece que el lepidóptero alzo el vuelo con determinación, situándonos en el camino sin retorno hacia el caos total. No se trata de una percepción dramática, es la conclusión que se deduce, por ejemplo, de encuestas en las que el 100% de los preguntados salvarían antes a su mascota que a un congénere. La deshumanización normaliza asesinatos, apaleamientos, vejaciones, humillaciones, regímenes totalitarios... Todo uno. La deshumanización es el caos. No es síntoma de sensibilidad el amor a una mascota si implica volvernos indiferentes al dolor del prójimo. Rendir pleitesía al animal doméstico frente al desprecio hacia el otro nos está dando la medida del punto en el que estamos. Gastamos lo indecible en complementos para nuestra mascota mientras un hombre duerme acurrucado en el portal. Por cierto, lloraría desconsolada, la muerte de mi gata.

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