Paso de cebra

José Carlos Rosales

josecarlosescribano@hotmail.com

Desconfianza levantisca

El descontento ni se crea ni se destruye: se transforma, se vuelve desconfianza y acaba convirtiéndose en ira

El descontento ni se crea ni se destruye: se mantiene aletargado, se desacredita o manipula y, a veces, se recurre a él cuando conviene a la estrategia política de turno. Siempre hubo descontentos: hace treinta años hubo bastantes voces que mostraron su disconformidad o su escándalo con la miopía hiriente de ciertos ayuntamientos, concejalías o ministerios; incomodidad con la soberbia de aquellos representantes políticos que, pisando moquetas y coches oficiales, olvidaron su origen, sus promesas, las ilusiones que los peatones de la historia habíamos depositado en ellos. Pero entonces no estaba de moda mostrarse descontento. Había que visitar la Expo de Sevilla, aplaudir la gloria volátil de la Barcelona olímpica, subirse en el AVE (aunque sus estaciones nos pillaran muy lejos) y visitar la ingente cantidad de parques temáticos y comerciales que inundaron nuestras circunvalaciones y rotondas. Han cambiado las tornas y ahora no está de moda mostrarse satisfecho. Como si la satisfacción y el descontento no fueran compatibles, ya se sabe, los iluminados exigen un solo sentimiento, y si no muestras adhesión inquebrantable a sus anatemas sin rumbo serás cómplice irremediable de la situación de parálisis crónica que nos va rodeando. Y no es así: en aquella época yo estaba satisfecho con la Constitución y, a la vez, estaba disgustado con su desarrollo cicatero.

En fin, el descontento ni se crea ni se destruye: se transforma, se vuelve desconfianza levantisca y acaba convirtiéndose en ira. Y la ira no es buena consejera a pesar de que algunos muestren la suya con ese orgullo bíblico más propio de profetas que de ciudadanos. Y cuando estás descontento y tienes motivos sobrados para estarlo, te vuelves muy sensible y sales a la calle, recelarás de todos y de todo, nada te parecerá suficiente. Ahí están las decenas de miles de personas que han salido a las calles de Granada para exigir una organización sanitaria más sensata. No les faltan razones y podrían haberse manifestado por otras diferentes, hay razones de sobra en esta ciudad tan rara: sus transportes mediocres, sus museos a la deriva, su errática o nula política cultural, su torpeza urbanística, su patrimonio arrumbado y tantas cosas más que han ido provocando rechazo y apatía, desconfianza, derrotismo. Así que yo también me siento cada día más suspicaz o descontento. Pero también sigo confiando en la negociación y el acuerdo, en el pacto constitucional y, sobre todo, en su reforma.

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