La vida por delante

Juan Pablo Luque Martín

Días de frío

LO que a todos. Que en estos días hay que taparse y abrigarse mucho, como decía mi abuela. Sobre todo, por los pies, que así no te resfrías. Hace muchísimo frío. Las ventanas de las casas se escarchan y apenas si a través de ellas puede verse el sol. Las calles son de hielo. Mesones vuelve a resbalar… Las esquinas, antes pobladas, ahora se ahuecan bajo un gélido manto que anuncia un crudo invierno. Vacías. Las calles vacías. Un soportal en Puentezuelas deja ver una caja que recoge ropas viejas y raídas de abrigo. Son las nueve de la mañana y el alma aún tiembla de frío. Los diarios no se refieren a ello, pero este año dudo que muchos de los que pernoctan en los soportales puedan aguantar estas temperaturas.

Como ellos, cada vez más. Economía de subsidio que apenas sirve para mirar más allá del trozo de ciudad que les separa de Cáritas o del Banco de Alimentos. María. Andrés. Antonio. Su vida les impide hace tiempo levantar la vista del suelo. El día a día, apenas si les otorga otra obligación distinta de procurarse el sustento. Sólo eso. No hay otra cosa que merezca la pena a su alrededor.

¿Y nosotros? A lo mejor un día la historia nos devolverá la razón y la cordura, y dejaremos de construir política con su desgracia y fracaso. Porque su fracaso es también el fracaso de quienes creemos que toda nuestra tarea social está en conseguirles hoy un alimento. El fracaso de quienes no elevamos nuestras miras y, mientras con una mano sujetamos y damos cobijo a los que caen, con la otra luchamos por devolver la justa dignidad al ser humano. La una sin la otra, sólo son un parche. Sólo un maldito e injusto parche. Necesario, por supuesto. Pero sólo un parche.

María y Andrés son fruto de ese parche. Antonio también. Granadinos de comedores sociales, de centros de asistencia, de casas de acogida. Hace dos siglos, Benjamín Franklin afirmaba que el mejor medio de hacer bien a los pobres no era darles limosna, sino hacer que ellos pudieran vivir sin recibirla. A día de hoy, sus palabras no pierden un ápice de vigencia. Dos siglos después, hay quienes no se dan cuenta.

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