Alto y claro
José Antonio Carrizosa
Vox, un estado de ánimo
El letal juego partidista (el “y tú más”) paraliza la vida pública: ni se gobierna ni se hace oposición. Solo se insulta. Al socaire de Anatomía de un instante, la serie sobre la Transición, he decidido desclasificar alguno de los documentos de aquella época que obran en mi poder. 50 años después de la muerte del dictador, todavía el legislativo no ha modificado la Ley de Secretos Oficiales del franquismo (1968), ni ha derogado la Ley Mordaza ni le ha convenido acabar con el burladero de los aforamientos; enfrascados los diputados en si las braguetas de sus dirigentes se cierran o se abren en el trabajo o en la dana, y no solo por apremios mingitorios. La serie cuenta como puede lo que puede. Pero me ha impresionado porque me ha recordado que, los que participamos en la Transición, pudimos acabar como los abogados de Atocha. Los que actuamos entonces como ‘compañeros de viaje’ del PCE, hemos llegado a creernos, como el Emérito, padres de la democracia. El documento que desclasifico ahora contiene el guion de la presentación que hice el 23 de mayo de los candidatos a las elecciones de junio de 1977, en el primer mitin que se daba en La Rambla de Córdoba, después de la dictadura. De los camaradas escribí: “Hombres y mujeres desconocidos, no han medrado, no se han enriquecido, no han aparecido en TV, periódicos o revistas… ¿Dónde estaban? En la cárcel, en la lucha, en el exilio. Ellos han peleado, junto con otros demócratas, por la libertad y por la democracia, son una garantía de justicia”. Ahora, mi ingenuidad me enternece. Inicié mi intervención con versos de Alberti: “Pueblo hambriento de esperar, / pueblo andaluz de esa España / que ya empieza a caminar”. Iluso, anuncié que el pueblo iba a tomar las riendas de la historia, que había que ser culto para ser libre y que el Partido estaba por la cultura, que ningún voto obrero, para los partidos de derechas, que el acto que presentaba era un acto cívico, de educación política y que el Partido podía muy bien dar lecciones de democracia. Ni un taco, ni un insulto, ni un grito. Las bases, disciplinadas, ya habían roto las listas negras de la venganza, se habían tragado la monarquía y habían aceptado, de muy mala gana, la bandera borbónica. Y ahora, cuando todo se tambalea, te digo, lector amable: recuérdalo tú y recuérdalo a otros. ¡Mira que nos acechan todavía!
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