Cuenta Augusto Assía en una de las magistrales crónicas enviadas a La Vanguardia, cómo los periódicos ingleses publicaban el parte de guerra alemán junto al del gobierno británico. Y cómo, además, no dejaban nunca de reproducir las alegaciones del enemigo sobre cualquier acción de guerra, fuera una batalla, un bombardeo o el hundimiento de algún buque. Añade que lo más que hacían era anteponerle un titular irónico y cita como ejemplo este: "Goebbles hunde el Warspite por cuarta vez". A raíz de ello, reflexiona Assía sobre si es una cuestión de honradez o sólo una táctica y concluye que dado que a diferencia de otros países y circunstancias -es evidente que se dirige con cierta sorna a sus lectores españoles- no sólo no está prohibido escuchar radios enemigas, sino que casi se incita a oírlas, está claro que los ingleses son conscientes de que la libertad y la independencia de la prensa son uno de los pilares fundamentales sobre los que se asienta su sistema político. Obvia nombrar la democracia ya que la España en la que va a publicarse su crónica sigue alineada con la Alemania nazi y cuenta en su gobierno con germanófilos de la influencia de Serrano Suñer, ministro de Exteriores y cuñado de Franco. Tan poderoso que se le conoce como el Cuñadísimo.
La reflexión de Assía es extrapolable a cualquier momento y lugar. Cuando el ciudadano es consciente de que no se le oculta nada, los rumores y las sorpresas -que son la carcoma de la convivencia- no encuentran un caldo de cultivo apropiado. El terreno más propicio para la desinformación es el vacío producido por el desconocimiento de lo que hace, dice o piensa el enemigo, el adversario, el contrario o el diferente. Calzarse sus zapatos es conocerle y entenderle. Peor aún es cuando se presenta al otro como una caricatura grotesca que resulta falsa hasta para el menos perspicaz de los lectores. Ahí, además, se acaban generando simpatías a su favor.
Es triste comprobar cómo en España es cada vez más habitual encontrar medios, sobre todo entre los digitales, que actúan como portavoces de una opción política, más o menos difuminada, y no como observadores objetivos de la realidad. Más curioso es que cuando disponemos de más canales para informarnos que nunca y nadie nos prohíbe leer o escuchar los planteamientos de los demás, la mayoría de los ciudadanos se nutra casi exclusivamente de lo publicado por los medios que cree afines.
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