Antes de nada, te felicito por la elección de ayer o por la combinación de fuerzas salidas de las urnas que te llevará dentro de unas semanas a obtener la vara de mando de tu municipio. Después de las felicitaciones de todo el vecindario, comenzará el goteo de peticiones: las que han salido en la campaña y las que no. Las que, de pronto, aparecen en una calle o en un colectivo determinado.

Yo me permito ya lanzarte las mías, que seguro no te llegarán por otro lado. En realidad solo es una: quiero que–en la medida de lo posible y dentro de tus competencias– trabajes para que tus convecinos seamos más felices.

Parece un objetivo difícil pero, más allá de la limpieza, de la buena prestación de los servicios municipales, de la eficacia de la acción municipal, creo que es importante y, por qué no, también desde los municipios se puede trabajar por un mundo mejor… y más feliz.

Lo digo porque en estos últimos tiempos he hablado con familias, con profesionales de distintas ramas sanitarias, con maestros y profesores, con ciudadanos rasos… y coincidimos en que estamos construyendo una sociedad triste.

Y, ¿sabes que me preocupa más?: que nos estamos permitiendo vivir en familias tristes con niños tristes. Y así llegan al colegio y allí lo expresan ante sus amigos, antes sus maestros. Nuestros niños están tristes. Si eso no lo remediamos, nuestra sociedad no tiene futuro. Ninguno.

Por ejemplo, en Granada ayudan mucho a la felicidad colectiva los ascensos deportivos en fútbol y baloncesto; el que celebremos todo en la calle, en que se acerque la feria del Corpus, que comienza esta misma semana… Pero necesitamos tener unos núcleos familiares alegres para que nuestros niños no crezcan en la tristeza como estado general.

En esta sociedad de apariencias, desde luego que no podemos hacer creer a nuestros niños y niñas que todo es eso: pura vanidad. No podemos hacerles creer que el fracaso no es parte de la vida. No podemos evitarles el sufrimiento y hacerles seres frágiles. Pero de eso a consolidar formas de vida que hagan que nuestros niños sean seres infelices, hay un trecho.

Las familias, desde la posición que tengamos cada uno, tenemos una gran responsabilidad. Todo lo que un niño ve en casa le afecta a su estado de ánimo. Como sociedad, no podemos consolidar estados de carencias en cualquier ámbito o de relaciones insanas, dentro o fuera de la familia, que repercutan en el estado de la infancia. El papel de las familias es fundamental, pero también el de todas las administraciones, incluida la más cercana. Por eso, querida alcaldesa, querido alcalde de cada municipio, puedes y debes trabajar por una sociedad más justa que favorezca desarrollos personales, familiares y colectivos más sanos y más felices.

Trabajar por el bien común es el fin de todos los nuevos cargos electos. Trabajar por la felicidad de todos puede y debe ser un empeño personal de quienes acceden a su sillón municipal con vocación de servicio público. A ver qué conseguimos.

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