Europa como jardín

Lo terrible está en los nuevos reinos feudales y absolutistas que buscan erosionar el modelo de convivencia europeo

Explicar la idea de Europa, qué se pretende que sea y cómo conseguirlo no es tarea fácil. Por eso, muchos intelectuales llevan tiempo empeñados en ese reto. Menos frecuentes son los políticos, con cargos de responsabilidad en Bruselas, que se detienen a contarles a los europeos las reflexiones e ideas que motivan su labor. Por eso, ha sorprendido gratamente que el español Josep Borrell prepare cuidadosamente un discurso, lo piense, se atreva a conjugar figuras literarias audaces, abandone los lugares comunes y lo difunda personalmente en distintos cenáculos. Tan poco habitual debe ser esta actitud que, cuando menos en la prensa, los pocos que han leído sus palabras se han quedado desconcertados y han dirigido sus comentarios solo a criticar su escasa diplomacia al utilizar las metáforas jardín y jungla para diferenciar a Europa del entorno hostil que la rodea. Ha debido parecerles frívolo el recurso a tal metáfora, quizás porque no han leído los libros de Blumenberg, en los que muestra cómo el mejor medio para aclarar una idea compleja reside precisamente en la metáfora. Aunque puede que el verdadero motivo del rechazo a las propuestas de Borrell estribe en que el relativismo ideológico biempensante, extendido por doquier, ya no permite que se aireen las diferencias entre los valores existentes en el espacio europeo y los que predominan en otros países nada democráticos. Esas voces critican que en el aludido discurso se exalte a la actual Europa como un logrado jardín, olvidando su pasado lleno de negros recuerdos de colonias, conquistas y persecuciones. Pero el peso de ese pasado, criticable por descontado, no puede impedir que el jardín actual europeo, sea admirado, cultivado y sirva de estímulo, con sus valores políticos y sociales, para oponerse a que lo invada la selva y la jungla (despóticas) que lo amenazan en estos mismos momentos. Las reacciones negativas (dentro y fuera de España) al discurso de Borrell permiten comprobar que las batallas de las ideas, tan significativas, no están ganadas. Que hay mucha gente aguardando cualquier ocasión propicia para tirar una piedra al propio jardín, creyendo así matar fantasmas de otros tiempos. El viejo colonialismo europeo fue un horror y así debe ser recordado, pero ahora lo terrible está en los nuevos reinos feudales y absolutistas que buscan su supervivencia erosionando el modelo de libertad y convivencia europeo. Hay que agradecer a Borrell su iniciativa. A pesar de las críticas, o precisamente por ellas, otros políticos deberían con igual valentía imitarlo.

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