El reto, de todos, era el más fácil. Más fácil que resistir la mirada hipnotizante de Iris el Egipcio, mucho más que sobrevivir en la cueva de la Bestia o que derrotar a Cilindric el Germano, mucho más fácil que atravesar el lago de la isla del Placer, habitada por hermosas sacerdotisas. Sólo había que conseguir el Formulario A-38. Era, en Las doce pruebas de Astérix, la número 8: La casa de los locos. Entrar en el edificio de los burócratas inútiles que redirigen a la gente a otros burócratas inútiles, un laberinto de despachos en el que la poción mágica no surtía efecto. Astérix, al límite de la desesperación, vence usando armas burocráticas. Inventa el Formulario A-39 requerido en la también inventada 'Circular B-65' y convierte a los trabajadores en víctimas del delirio de su propio sistema. El edificio colapsa y el prefecto claudica, entregándoles el formulario. Las pruebas restantes con sus cocodrilos o sus llanuras embrujadas son una yincana infantil comparadas con el reto de conseguir lo que se pretende ante la administración. Hoy Astérix no hubiese superado la prueba. Ni el ingenio ni la lógica funcionan. Imposible derrotar a la burocracia. Ya no hay gente, somos todos 'usuarios'. No hay un edificio con sus ventanillas y sus colas sempiternas, para volverse loco sobra la casa de uno. No existe funcionario ante el que suplicar o gritar la impotencia, convertidos a la fuerza en administrativos y en informáticos. Intrusos en materias que no nos competen. Navegamos por las sedes electrónicas administrativas y a la ingente cantidad de formularios de siempre, porque el entonces nos sigue acompañando con su pesada carga burocrática, añadimos el aprendizaje en programas informáticos, en Java, en certificados digitales, autofirma... El sistema no disculpa y si requiere un formulario con firma digital, requiere un formulario con firma digital, aunque el propio sistema lo descarte después porque no admite estos documentos. Hay que realizar el absurdo de imprimir el original, escanear y comprimir antes de adjuntar. Cada tanto es necesario solicitar certificados ya existentes, porque el tiempo, en lugar de envejecer, como a algunos políticos, convierte en corruptos. Todo con la velocidad del guepardo, para que la página no desaparezca y haya que reanudar el proceso, superando de nuevo cada obstáculo. Y cuando los documentos son admitidos, el sistema no reconoce la firma que un segundo antes reconocía. Desaparece el administrativo y aparece el ingeniero que encripta, desencripta, da permisos..., para ceder el lugar otra vez al administrativo, que recomienza y rellena y completa y la firma funciona y suspiran informático y administrativo y, al unísono, pulsan verificar y.... el sistema ha caído. No hay quien nos diga entonces por dónde se ha despeñado, despeñándonos a nosotros con él.

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