Controlado el incendio forestal del pasado domingo en el Cerro de San Miguel, Infoca aún mantiene en la zona cuatro grupos de bomberos forestales, un técnico de operaciones, tres agentes de medio ambiente y tres vehículos autobombas, después del desfile aéreo que vivimos durante la tarde del domingo y buena parte de la mañana del lunes, como hormiguitas en fila, con sus cestas de agua bailando sobre terrazas, tejados, pináculos, ermitas y curiosos. Cuatro helicópteros pesados, dos Súper Puma y dos Kamov, especifica la prensa, y suenan rotundos los nombres para los que no somos duchos en la materia; un helicóptero semipesado y un avión de coordinación. Todo un despliegue para intentar paliar los efectos de unas llamas imposibles en un día ventoso. Un coste económico por cada helicóptero en vuelo, por todo el operativo que intentaba minimizar el desastre que iba in crescendo según avanzaba el tiempo y arreciaba el viento. Una pareja decidida a vivir una típica tarde de domingo con barbacoa en el bosque, muy estilo yanki, parecen ser los descerebrados que han procurado el destrozo de un entorno cuya recuperación tardará mucho más de lo que ellos han necesitado para llegar a ese punto vital absurdo al que han llegado a sus 23 y 18 años. Me pregunta mi amiga Adela, ¿dónde quedó la tortilla de patatas, el filete empanado que los padres aquellos llevaban al campo sin necesidad de hacer hogueras? Supongo que ocultos detrás de costumbres ajenas que imitamos como macacos.

Tal vez los culpables sean esa parejita ñoña que vive su romance entre los pinos, enajenados de amor. Pero se trata éste de un punto marcado en las redes sociales por quienes se consideran defensores del medio ambiente y de un modo de vida que creen el único modo de vida natural, eso sí, sin privarse de tecnología punta; y aparcan los vehículos viejos y contaminantes en el entorno de la ermita de San Miguel, en las calles aledañas, y orinan y defecan en la muralla nazarí, y ocupan las aceras con mesas y sillas y encienden hornillos para calentar un café, una lata... y dejan encerrados durante el día, bajo la chapa recalentada por el sol, a perros que lloran su ausencia y gimen requiriendo aire, mientras dan un garbeo por la ciudad y deciden escribir tópicos viejos sobre muros centenarios y se relacionan con más "chupi guays"... Demasiadas llamadas a las autoridades previniendo de peligros y consecuencias. Hastiada ante la falta de medidas dejé de llamar. Ahora miro por la ventana cómo los tubos de escape tiñen el aire de negro, cómo cada mañana hay un barrendero que limpia sus excrementos, cómo prenden sus fogatas...

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