La Granada de Diego Martínez

Nunca fue la colina, ni las vistas, ni el amanecer, comprendí que siempre, ahora también, fue Diego Martínez

La historia de la pandemia será también conocida como la de las miserables despedidas. En el incansable sube y baja que un maldito 2020 nos embarcó, en constante trasiego de emociones, de sentimientos a flor de piel, de tristezas sin consuelo, apenas queda sitio para reponer una vida que por momentos se tuerce, te ahoga, te abandona. Una vida que conduce al infinito dolor de sentir que tu familia, tus amigos, tus grandes amigos, no siguen contigo.

Esta semana tocó despedir a Diego Martínez. Un ubetense que en más de veinticinco años dedicó cuerpo y alma a comprender, a admirar, a querer y a construir Granada. El Festival de Música y Danza, el Archivo Manuel de Falla, su incesante ir y venir, su buen hacer, su aportación a esta ciudad, la deuda que aún tiene ésta con su incansable labor e impecable trayectoria...

Mis recuerdos son también otros. Hablo de hondura, de sentimiento, de pausada reflexión, de la persona que aterrizó en el Auditorio Manuel de Falla y desde aquella colina enseñó a cuantos le acompañamos, a enamorarnos de su Granada. Juan García Montero, José Luis Carmona, Fátima, Adela… un servidor. Crecimos en esa amistad, en esa emoción que día a día Diego transmitía a quienes le rodearon. Es verdad que tocó gestionar miseria, sacar a flote lo imposible. Pero nada importó. El café en aquella colina nos hizo crecer, nos hizo creer que todo en esta ciudad siempre podría ir a mejor. Y querer. Querer a Granada.

Esa fue la Granada de Diego. La suya. La que brotaba de su alma, la que conseguía apasionarnos bajo notas y alientos siempre vibrantes. De su voz un encuentro, una esperanza, una fuerza que empujaba a luchar por la ciudad que él adoptó. Y una ilusión. Siempre una ilusión. Porque Diego fue eso: una fábrica de ilusiones. Una tozudez incansable que a poco se empeñara, siempre conseguía lo que cada día imaginaba.

Hoy no está. Cuando sus amigos lo quisimos recuperado, cuando como cada mañana esperamos sus "buenos días, amigos", sus mejores músicas que en el confinamiento ayudaron a recuperar nuestras almas siempre aturdidas de tanto encierro; cuando creímos que la enfermedad nos lo devolvía, el camino se truncó, el día tornó gris y plomizo, y sin creerlo, sin querer creerlo, amanecimos comprendiendo lo importante que Diego es, sigue siendo, para esta ciudad. De su legado, de su capacidad para reponerse y construir cuando apenas tenía espartos para hacerlo. Siempre pudo con todo. Siempre nos embarcó una y otra vez en una paciencia y complicidad eternas que apenas dejaba hueco para otro discurso ni otras emociones.

Quise volver a la colina de hace veinticinco años. Divisar Granada, volver a enamorarme de ella como nos enseñaste, Diego. Pero no pude. El día seguía gris, terco, lluvioso, torcido. Sin manera de arreglarlo. Apenas llegó la tarde, apenas oscureció, apenas me di cuenta que nada nos devolvería lo que un lunes del maldito 2020 nos arrebató, comprendí que nunca fue la colina, ni las vistas, ni el amanecer, ni la diferente luz que desde allí alumbra la ciudad. Comprendí que siempre, ahora también, en aquella colina de la Alhambra, siempre fue Diego. Descansa en paz, amigo. A tus amigos, nos queda aún el camino de aprender a rellenar tu espacio, hoy vacío.

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