Res Pública

José Antonio Montilla

montilla@ugr.es

La Granada de los líos

Los convenios extraños y las amistades peligrosas han sido olvidados tras unos años de gestión transparente

Hubo un tiempo, no muy lejano, en que Granada ocupaba espacio en los medios de comunicación de toda España por sus líos políticos y judiciales. El punto culminante fue cuando el alcalde salió detenido de la sede del Ayuntamiento, escondido tras unos cartones. Pero ese fue simplemente el colofón a unos años durante los cuales el aplauso de los poderes fácticos y las mayorías absolutas permitían enmascarar una forma de ejercer el poder que terminó dañando gravemente la imagen de la ciudad. Fue el tiempo del botellódromo, un sitio en el que los jóvenes bebían sin control en un espacio puesto a su disposición por el Ayuntamiento con ese objeto, pues no había otra cosa que hacer; ni música, ni cualquier otro tipo de actividades. Fue también el tiempo en el que desde la Plaza del Carmen se le pusieron todo tipo de trabas al Metro pues según reiterada afirmación de quienes gobernaban entonces la ciudad era un despilfarro y nunca se iba a utilizar. Y era el tiempo, sobre todo, en el que no se sabía muy bien quien tomaba las decisiones urbanísticas en Granada. A cambio de poner una estatua o unas banderas en cualquier avenida se firmaban convenios urbanísticos de dudosa legalidad de forma que en una zona verde podía aparecer de pronto un vial o hasta una discoteca.

Ese tiempo, afortunadamente, pasó. Granada es hoy una ciudad en auge, pese a sus carencias. Más allá de su pujanza turística por su riqueza patrimonial, se está construyendo uno de los mayores centros de investigación en nuevas energías del mundo y las tecnologías de la información y la comunicación están teniendo un desarrollo acelerado. Allí donde estuvo el botellódromo ahora hay pistas polideportivas para que los jóvenes hagan deporte en lugar de beber. El Metro ha sido un éxito hasta el punto de que los entonces reticentes al proyecto, se dedican a repartir gorras y camisetas con su anagrama en un burdo intento de apropiárselo políticamente. Y, por supuesto, el urbanismo conflictivo y judicializado fue felizmente superado. Los convenios extraños y las amistades peligrosas han sido olvidados tras unos años de gestión transparente.

Por ello, cuando el PP presenta como candidata a la alcaldía de Granada a una concejala del gobierno municipal de esos años negros, en los que se producían esos comportamientos que emborronaron la imagen de la ciudad, es inevitable preguntar si de verdad queremos volver a las andadas o si, por el contrario, es el momento de decir, como los gallegos del chapapote, nunca más.

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