La Rayuela

Lola Quero

lolaquero@granadahoy.com

La Granada menguante

La capital no deja de perder población y se rodea de municipios que ya son pequeñas ciudades, por cantidad de población y calidad de sus servicios. ¿Qué necesita la metrópoli para recuperar su liderazgo?

La Granada menguante

La Granada menguante / G. H.

El Instituto Nacional de Estadística ha constatado un secreto a voces. La ciudad de Granada mengua -en población-, mientras los municipios vecinos crecen a un ritmo vertiginoso. No es muy nuevo. Se trata de una tendencia de varias décadas que tuvo su máximo apogeo durante la fiesta del ladrillo, a principios del milenio, cuando esas localidades llenaron su suelo de miles de viviendas que eran mucho más baratas que las de la ciudad. Si solo se tratara de eso, del crecimiento de pueblos-dormitorio por la oferta de casas, la gran crisis pudo haber frenado en seco esa tendencia. Pero la actualización del censo de la última década que el INE ha publicado esta semana ratifica que la capital vuelve a perder peso frente a un ramillete de municipios aledaños que ya funcionan como pequeñas ciudades.

Armilla, Maracena o Las Gabias, con más de 20.000 habitantes cada una, ya no son esos municipios con grandes urbanizaciones llenas de gente que solo pisa el territorio para dormir. Ya han consolidado servicios e infraestructuras que para el día a día de la población pueden ser incluso mejores que los de la capital. Tienen comercio, piscinas, pistas de pádel, tenis o atletismo, colegios, institutos y clases de música. El transporte es también un elemento crucial, como se ha demostrado con la puesta en marcha del Metro. Sus futuras ampliaciones favorecerán aún más esta tendencia demográfica.

¿Puede estar en peligro el papel de Granada como metrópoli? El crecimiento de sus municipios cercanos no debería de ser un problema, pues visto con amplitud, esa tendencia es una garantía de que la propia ciudad y su área de influencia puedan ganar peso frente a otras capitales de provincia. El problema es que mientras esos municipios crecen de forma cuantitativa y cualitativa, la ciudad se llegue a anquilosar. Que la calidad de vida en Ogíjares o Albolote pueda ser mayor que la de Granada por falta de servicios o infraestructuras. O que la capital no sea capaz de generar, promover o atraer nuevos proyectos o dotaciones de calado que la mantengan como el faro de su Área Metropolitana.

Durante un discurso de despedida como alcalde de Granada, en 1991, el socialista Antonio Jara Andréu explicaba que nunca había tomado sus decisiones más importantes pensando solo en los que viven en la calle Recogidas. Ni siquiera en los vecinos del Zaidín o los de El Fargue. En cambio, había tenido en cuenta al conjunto de los habitantes de lo que hay llamamos la Granada Metropolitana. “En estos años no he visto dónde están los límites del término de la ciudad. No pensaba solo en Granada cuando defendía la Circunvalación. No pensaba solo en Granada cuando estaba construyendo una depuradora para depurar las aguas con porquería en la Vega. Y no estaba pensando en Granada cuando estaba defendiendo Sierra Nevada para el Campeonato del Mundo Alpino de 1995. He pensado más en los granadinos que en los de Granada”.

A esa lista de proyectos cruciales hubo que sumar luego el Palacio de Congresos y el de Deportes, el campo del Nuevo Los Cármenes, el Parque de las Ciencias o el PTS y su hospital. Las grandes obras que paga el Estado, la Junta o la Diputación suelen acabar con los años apuntadas en el haber de los alcaldes; porque ellos son los responsables de atraer, convencer, luchar, debatir o embaucar, si hace falta, a quienes tienen el gran cajón del dinero.

Granada, con sus proyectos de carácter científico y tecnológico, y de la mano de su potente Universidad, se encuentra ahora en otro de esos momentos que parecen cruciales para escribir su futuro. Lo subrayaba esta semana el presidente de la Diputación, José Entrena, durante el acto de entrega de honores y distinciones de la provincia: “Estamos en un momento histórico”. El alcalde Paco Cuenca está también centrado en difundir el mismo mensaje de ilusión para una ciudad que está muy cansada de hacerse pequeña, en casi todos los aspectos.

Con la suma de fuerzas de todo ese conjunto metropolitano de pequeñas ciudades que evolucionan y crecen, la Granada menguante puede convertirse en una gran urbe pujante. El papel de la capital es esencial. Sin protagonismos que provoquen recelos entre alcaldes, tiene que ser un faro que tenga luz propia, con proyectos sin límites de término municipal y con ambición, amplitud de miras y fuerza para atraer inversiones.

¿Elecciones históricas?

Quienes pueden pilotar ese proceso hacia la Granada pujante o, por el contrario, hacerla cada día más pequeña, serán sobre todo los alcaldes y concejales que elijamos en las urnas dentro de seis meses. Por tanto, si el momento es “histórico”, como decía el presidente provincial, estas próximas elecciones municipales deberían de serlo también. En estos tiempos de calculadora electoral comprendo la dificultad de aplicar recetas de recato, altura de miras y huidas de la confrontación estéril. Pero los partidos políticos harían bien en entender lo que pide una enorme mayoría de ciudadanos, si no miramos Twitter.

¿De qué nos sirve que la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento de la capital se enfrenten por proyectos tan importantes como el Metro, las nuevas autovías, la rehabilitación de viviendas en barrios deprimidos o los horarios comerciales?

Lo último en la lista de desencuentros institucionales ha sido la decisión de la Junta de extender a todo el término municipal de Granada la libertad horaria para los comercios, lo que significa que podrán abrir en domingos y festivos, y eso siempre es más fácil para los grandes centros y las franquicias. Esta medida, que ya está vigente desde hace años en las capitales y los municipios andaluces más turísticos, es difícil de defender públicamente en Granada y el gobierno local socialista ha amenazado incluso con irse a los tribunales para proteger al pequeño comercio.

Pero en privado hay muchos que admiten la necesidad de esta medida para el desarrollo turístico, para beneficiar a otros sectores y para competir con otras ciudades a la hora de atraer visitantes de fin de semana. Ambas partes podían haber pactado antes una solución intermedia, mucho más fructífera que la posterior batalla dialéctica. Hasta el comerciante autónomo de la calle Recogidas se lo habría agradecido.

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