Alto y claro
José Antonio Carrizosa
Vox, un estado de ánimo
EN una reciente encuesta del Instituto de la Juventud se llegó a la conclusión de que los jóvenes españoles siguen teniendo ideas machistas, a pesar de que han sido educados en la igualdad y de que en la España actual las mujeres se han incorporado en gran parte al mundo del trabajo y ocupan puestos bien visibles, en la política sobre todo. No hay manera. Los jóvenes de hoy arrastran los prejuicios y el imaginario de nuestros ancestros.
Y no es ésta la única curiosa encuesta reciente. Precisamente ahora, cuando estamos celebrando el 80 aniversario de la publicación del Romancero gitano de Lorca, leo en nuestro periódico el resultado de otra realizada por la Universidad de Granada, según la cual el 82,1 por ciento de los niños de entre 11 y 14 años que viven en un entorno urbano y comparten aulas con gitanos considera que los gitanos son "ladrones y atracadores". Esto en la época de la educación para la ciudadanía y la igualdad. Si nuestros jóvenes siguen siendo machistas, si 8 de cada 10 niños de los colegios granadinos creen que los gitanos roban (y la mayoría de los ciudadanos no quieren tener a los inmigrantes o a los gitanos como vecinos) sin duda nuestra configuración social está fallando.
Mientras Berlusconi se autofabrica leyes a favor de sí mismo, la directiva europea contra la inmigración y las leyes italianas contra los gitanos son signos de una democrática vuelta a los guetos. Claro que hay mucha mafia por debajo de la inmigración, pero más abajo aún lo que existe es miseria, dolor y desesperación. Contra eso no hay barreras. Luego la problemática de la integración es compleja y no se resuelve con el aislamiento social.
Lo que está claro es que el rechazo étnico ha resurgido. Los gitanos se mantienen en su gueto sometidos a sus propias leyes. Y los barrios excluyentes y las pandillas antisociales aumentan en nuestras ciudades. Lo mismo que el miedo, el miedo a los que sólo se rigen por la ley del gueto. Los guetos tienen su ley que se respeta. Fuera del gueto no se respeta ninguna ley convivencial.
Y aquí surgen las preguntas y las contradicciones. Hay muchas cosas que chirrían en la lógica de un sistema basado en la violencia y la exclusión. Pero sobre todo una: ¿no es el beneficio rápido nuestra verdadera norma social? Como esta pregunta se da por supuesta, ¿qué otros valores ofrecemos? Porque la realidad urge: ¿en qué sentido querrían los excluidos integrarse, en qué sentido queremos que se integren? ¿Nos enfrentamos a la imposibilidad de acabar con los guetos?
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