La ciudad y los días
Carlos Colón
Política carroñera
Tú, deshabitada y silenciosa, vacía y callada. Tú que observas todo desde la distancia, con tus ojos nublados por el tiempo. Tú, que solo esperas, que pasas de puntillas por la historia, que no dejas huella en la memoria de las gentes. Entro en tu intimidad desnuda, en el mundo cerrado que te ha mantenido aislada de la luz desde que alguien, un día, cerró las puertas de tu universo. Siento en mis poros como el tiempo te aplastó en el olvido. Los rayos de sol te traspasan como espadas, e hieren cuanto tocan. Hueles a goma de borrar y lápiz recién afilado, a canela en rama, y a colonia fresca, a buñuelos de semana santa, y a castañas asadas. Hueles a leña, a hogar, a niños y a historia envasada. Abro una puerta y me asalta el sonido de un acordeón, de risas y jarana, de alegría de vivir, pero no hay nadie, no hay nada. La música me transporta a los "quais" del Sena en Paris, pero no, estoy aquí, en la árida tierra que me acoge, que amo, que me subyuga, y el tango que suena es tan auténtico como la tierra del fuego en que existo. De repente, un sabor a naranjada, un aroma a humanidad, una brisa que mueve los bordes de mi falda, me saca de la ensoñación en que estoy inmersa: nadie, nada, estoy tan sola y vacía como tú. O quizás no sea así, quizás no estemos solas, puede que la huella de quienes vivieron en este remanso de paz sea un trazo más grueso de lo que aparenta. Quizá nadie se vaya completamente, quizá quede algo de cada uno en ti, puede que un susurro, que se repite una y otra vez en ondas concéntricas, puede que el aroma del deseo que se despertó en el adolescente que fue aquel niño, que vio por primera vez la luz en tu seno. Los sueños habitan tu silencio, la esperanza de que todo llegue, de que todo cambie, el vacío que deja la ausencia, todo lo percibo a la vez, cuando entro en tu intimidad recatada. Sensaciones, aromas, silencios, gritos infantiles, voces entremezcladas de hombres y mujeres que te habitaron, todo se cuela en mi alma como un cóctel de la memoria, de algo que no conocí, pero que intuyo en carne viva cuando te observo con mis ojos deslumbrados. Afuera, el viento susurra una canción de otoño, un etéreo ulular que presagia esas noches de invierno oscuras y frías que están por venir, y mi corazón se encoge cuando presiente que de nuevo estarás sola, muda, deshabitada y ciega, que nadie te dará a luz a través de sus ojos, que la lluvia o el granizo, te azotará y te hará caer, disolviendo toda la vida que encierras entre tus paredes, en un rio de agua derramada por unas calles vacías. A pesar de todo, cuando salgo de tu seno acogedor, dejando abierta la puerta por la que se fue la vida, sigo escuchando esa música de acordeón, siento el sabor a hogar que te impregna, huelo a leña quemada, y sé que la humanidad impresa en tus paredes encaladas, en tus maderas carcomidas, estará en ese olor a ti que me embriaga.
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