ayer y hoy

José Luis Delgado granada

Ignacia Martínez, la cantinera de Baza

Heroica mujer, como la Verónica con Jesús o María Bellido con su cántaro de agua en Bailén, fue la Señá Ignacia Martínez en la Guerra de África, según Pedro Antonio de Alarcón y Pérez Galdós

En fechas cercanas al llamado Día de la Mujer recordamos a esta granadina de Baza. La figura de la cantinera tuvo una importante presencia en la vida castrense en el siglo XIX; incluso llegó a ser fuente de inspiración de algunas novelas de amores entre soldados y cantineras. Eran consideradas como "madres y providencia de soldados", así lo refiere Pedro Antonio de Alarcón.

Abundan los ejemplos de mujeres valientes, de gestos arriesgados, de comportamientos realmente heroicos, aunque demasiadas veces callados. En la historia y en la leyenda los casos se cuentan por docenas. Uno de los más populares para el mundo cristiano lo protagonizó la Verónica enjugando con su pañuelo el sudor y la sangre del rostro de Jesús en la calle de la Amargura camino del Calvario. Dicen que allí quedó plasmado su verdadero rostro; de ahí el nombre que a ella le dieron: Verónica (vero icono).

Más cercana en el tiempo fue esa otra heroína de la Batalla de Bailén (1808), María Bellido, que arriesgó su vida para llevar agua al general suizo Reding que se enfrentó al francés Dupont. Dicen que una bala rompió el cántaro de María y que intentó como pudo recoger la que quedaba. Hubo muchas Marías Bellido y Agustinas de Aragón en la Guerra de la Independencia, como ha habido muchas mujeres enfermeras, cocineras y compañeras solidarias que han roto sus enaguas para hacer vendas y tapar heridas.

Menos conocida es esta otra mujer: Ignacia Martínez, la cantinera del Batallón de Cazadores de Baza, cuya semblanza nos relata Pedro Antonio de Alarcón refiriéndose a la Guerra de África (1859-1861), de la que el escritor y cronista accitano fue testigo.

El Batallón de Cazadores de Baza tiene su origen precisamente en el Batallón de Voluntarios de Granada, fundado en 1808 para la lucha contra los franceses; luego participó en la Guerra de África y se disolvió tras la Guerra de Cuba en 1899. Cuenta Alarcón que en uno de los descansos de la lucha hacia la toma de Tetuán, extenuado el ejército español por la lucha y por el frío, apareció la benemérita Ignacia Martínez, cantinera de Baza, con su rostro noble y hermoso tostado por el sol; madre de los soldados, generosa, aguerrida, repartiendo agua y aguardiente, cigarros y lumbre; enjugando con su delantal las frentes bañadas de sudor; infundiendo ánimo, respeto y entusiasmo; ejercitando la más bella cualidad del sexo compasivo, de la misericordia de la mujer, de la piadosa compañera de pesares y alegrías… La caridad y el consuelo.

Hizo Alarcón un ramillete de olorosos jazmines silvestres cogidos del camino y se los ofreció galantemente a Ignacia. "¡Hermosos jazmines!", exclamó la cantinera antes de colocarlos en su pecho, aunque están llenos de sangre. "Déjalos Ignacia, será sangre de moros", respondió el escritor, muy desafortunadamente. Son las "gracias" que tienen las guerras.

Y no es el único testimonio que nos queda de la Señá Ignacia, cantinera del tercer Cuerpo de Ejército en África en 1860, porque también lo recoge Benito Pérez Galdós en sus Episodios Nacionales. Cuando el valiente soldado Leoncio Ansúrez cayó herido en la toma de Tetuán, pidió a su amigo Juan un favor: "búscame a la Señá Ignacia y le dices que tengo la pata hecha cisco, dile que me traiga aquel aguardiente de caña que alegra y cría sangre". Ignacia le dejó media botella del bendito licor sanalotodo.

Más adelante Galdós dejó escrito esto: Al regresar a los Castillejos encontró Santiuste a su amigo Ferrer en un corro de oficiales que rodeaba a la sin par Ignacia. Estaba en su despacho de bebidas, vendía castañas llegadas de Ceuta y cigarros puros de los llamados 'de dos manos', porque las dos eran necesarias para fumarlos.

¿Cuántas señoras Ignacias tendremos muy cerca y apenas las vemos?

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