Tengo vaqueros desflecados, pantalones culotte y hasta algunos rotos por la rodilla. Los Reyes Magos me trajeron las zapatillas de deporte de moda y a veces me replanteo lo del otro agujero en la oreja, que en seguida acabo desterrando -como los tatoos y el microblanding- porque me dan pánico las agujas, pero me siento moderna y jovial como la que más. Moderna, jovial, enrollada y cool, aunque al poco descubro que es mera fachada. Bastan unos cuantos gestos y evidencias de cada uno de mis días, para dejarme claro que es una sensación superflua que, en el fondo, cada día estoy menos joven, que cada día soy más madre y señora.

Que mucha sudadera con capucha, pero de pronto la plastilina nos da asco. De repente un día el placer de hacer rulitos y figuras efímeras de textura amable da paso a la queja por el olor y por lo que mancha la mesa de cristal un pegote de plastilina. Súbitamente te descubres poniendo constantes límites a la creatividad, imponiendo bandejas a la creación para no pegar la arcilla polimérica a la madera de la mesa del salón. Sin reflexión ni análisis introspectivo, que el slime es gustoso y la madera no es tan buena, que la mesa estaba de saldo, por cierre de la tienda de muebles.

Y así, abrigando en exceso, marcando a gritos la distancia de la tele y protestando por ver pies descalzos ¡con las veces que nos hemos dejado el meñique en el quicio de la puerta! nos reconocemos más madre y menos joven. Que sorpresivamente nos convertimos en máquinas de recoger y encontrar que ya, ni aún pudiendo recorrer la ciudad de madrugada, lo haríamos; que ya hemos comprobado que el toque de queda no interfirió para nada en nuestra rutina. Que hace un tiempo que empezamos a darle una oportunidad a la leche frita y los roscos de vino por delante de la bollería y que no fue el botellón de fin de trimestre sino las primeras torrijas hechas en casa, lo que ha abierto nuestra Semana Santa.

Lo grave no es madurar, ni tan siquiera envejecer, lo grave es que sin darnos cuenta nos es más fácil y natural reñir que jugar. Que el cansancio y el estrés nos prestan un tono autoritario del que nos arrepentimos cada noche, si llegamos despiertos al examen de conciencia. Con urgencia, deberíamos poner a dialogar a aquella niñata que fuimos con la madre y señora que somos y estar atentos a las conclusiones de ese vital debate.

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