Paso de cebra

José Carlos Rosales

josecarlosescribano@hotmail.com

Maduro responde

Será como en las cortes de Franco, sin pluralismo de ninguna clase: partido único y caudillo vitalicio

Durante el mes de julio he compartido algunas veladas con Nicolás Maduro, presidente de Venezuela. Él se dirigía a mí y a todos los demás como si fuéramos viejos compañeros de pupitre. Yo escuchaba sus palabras, francamente asombrado, mientras lo veía gesticular en un televisor de La Habana; casi siempre que lo encendía allí estaba él, hablando a todas horas, parecía alguien de la pandilla, el que tiene todas las respuestas, respuestas siempre parecidas o idénticas: todo el que no acepta sus premisas está al servicio de Estados Unidos y de "la coalición de los desprestigiados gobiernos de la derecha latinoamericana"; todo el que no asuma sus propuestas es un golpista, un extremista de derechas, un aspirante a colapsar Venezuela, alguien que se pliega a los deseos de aquellos que han puesto su mirada en "las importantes riquezas [venezolanas], como la reserva certificada de petróleo más grande del mundo, como la reserva de oro más grande del mundo, como las reservas de cobre, de diamantes, de metales estratégicos como el coltán, de las sumamente importantes reservas de agua de la Amazonia venezolana…"

Así responde Maduro, desde el Palacio de Miraflores de Caracas, a la periodista argentina Diana Deglauy, cuando se le pregunta por la crisis política venezolana. Nada dice de la implacable coacción que su gobierno ejerce sobre el poder legislativo de Venezuela, la Asamblea Nacional, donde la oposición a Maduro consiguió dos tercios de los escaños en las elecciones de 2015. He ahí el problema: el poder ejecutivo no reconoció su derrota y, acostumbrado a controlarlo todo, no quiere ceder ni una micra de su gigantesco poder. Y como esta Asamblea no sirve para que Maduro siga imponiendo su voluntad, hay que inventarse una más dócil, una donde no exista el pluralismo político, una donde no entren los partidos democráticos: será como en las cortes españolas de Franco, unas cortes donde la representación era territorial y gremial, sin pluralismo de ninguna clase: partido único y caudillo vitalicio.

Era triste escuchar a Maduro en La Habana, esa hermosa ciudad sucia y destruida, sin remedio enredada en carestías elementales, burocracia infinita y una propaganda tan cínica que duele. Y era más triste aún porque allí no hay quioscos de prensa ni periódicos independientes, nadie puede escuchar o leer una versión distinta de las cosas. Allí sólo habla el Estado. Y Nicolás Maduro.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios