Manuel Cano Tamayo (1925-1990), granadino y albaicinero, abrió nuevos caminos a la guitarra flamenca. En su familia su madre tocaba el laúd y su padre la guitarra. Muy pequeño se inicia con una guitarrita de juguete de la feria y a los 7 años su abuelo le regala una guitarra de verdad del guitarrero José Pernas. A los 15 años llega a sus manos una guitarra del taller de Viuda y Sobrinos de Domingo Esteso, iniciando su colección de guitarras de gran calidad. Discípulo de Ángel Barrios, desarrolla una brillante carrera de concertista y compositor flamenco por Europa y Japón.

Destacar sus obras: Un siglo de la guitarra granadina (1975), y La guitarra, historia, estudio y aportaciones al arte flamenco, libro que tuvo diversas ediciones (1986, 1991, 2006) y fue traducido al japonés. También realizó diversos artículos, conferencias en universidades y más de 20 grabaciones discográficas.

Premio Internacional del Disco Flamenco, en 1964; Premio Sabicas de guitarra del Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba en 1965. Premio de investigación de la Cátedra de Flamencología de Jerez (1986), académico numerario de la Real Academia de Bellas Artes de Granada, y asesor de la Unesco. A título póstumo el Ayuntamiento de Granada le concede la Medalla de Oro de la ciudad, le dedica una plaza y un monumento, y también a título póstumo la Junta de Andalucía le otorgó la Medalla de Andalucía (1992). Tiene una calle con su nombre en Santa Fe y en Huétor Vega.

Pero la guitarra flamenca se consideraba un instrumento popular, cuyo conocimiento se transmitía oralmente, alejada de la academia. Manuel Cano Tamayo fue el primer catedrático de guitarra flamenca en España, en el Conservatorio Superior de Música de Córdoba (1978). El Flamenco entraba así en el sistema educativo y un guitarrista flamenco podría presentarse a oposiciones de la administración y la educación reglada al mismo nivel que un pianista, un violinista o un flautista, ámbitos que le estaban vetados. Reconocerle el mismo estatus que a cualquier licenciado o graduado fue un paso decisivo para la normalización y reconocimiento de un arte que estaba marginado solo al amparo del 'duende'. Un arte que también se puede escribir en notación musical, analizar, e investigar con rigor . Su hijo, José Manuel Cano Robles, destacado médico y concertista de guitarra ha mantenido la tradición de su padre, donde la poética musical y la calidad del sonido priman sobre los alardes de velocidad y virtuosismo.

La magnífica colección de guitarras de Manuel Cano Tamayo se conservan en Tokio en una Fundación japonesa que lleva su nombre. Quizás en nuestra tierra aprendamos algún día a valorar y conservar nuestro Patrimonio.

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