EL Príncipe de Asturias visitó ayer la capilla ardiente de Marcelino Camacho, muerto de madrugada a los 92 años, y lo definió como "una figura histórica" en la defensa de los trabajadores y la lucha por los derechos sociales. Su abrazo a la viuda simboliza la condolencia sincera de una sociedad amputada de algunos de sus mejores hombres.

El futuro Rey de España puso el acento en la huella más visible que deja Camacho, según se cree comúnmente: el joven comunista derrotado en la guerra civil y exiliado en Argelia, el obrero de la Perkins que fundó Comisiones Obreras y, con ellas, el germen del sindicalismo moderno, el luchador antifranquista que pagó con catorce años de cárcel su combate incansable contra la dictadura. Catorce años de vida entregados para que este país fuese libre.

De este Camacho quedan en la memoria su sonrisa y su modestia, su honradez y su decencia, los jerseys de cuello alto que le tejía amorosamente Josefina para que se defendiera del frío en carabancheles varios -hasta tomaron su nombre: los marcelinos- y algunas anécdotas sabrosas, como cuando Nicolás Redondo, su fraternal adversario de UGT por la hegemonía sindical le riñó en un debate televisivo ("Mientes Marcelino, y tú lo sabes") o cuando el entonces camarada Ramón Tamames, exasperado por su inacabable verbo en un mitin del PCE, le pedía por lo bajini "Marcelino, no te dilates".

Yo creo, sin embargo, que lo que más perdura de Marcelino Camacho Abad en nuestra historia común se sintetiza en algo que protagonizó en el Congreso de los Diputados. Ocurrió el 14 de octubre de 1977, cuando llevaba tres meses de diputado electo en las filas del Partido Comunista de España. Subió a la tribuna de oradores para defender la Ley de Amnistía como la llave de entrada de la democracia y como conquista definitiva de la reconciliación nacional entre los españoles que predicaba su partido desde 1956. El texto está ahí, en el diario de sesiones del Congreso, aunque debería enseñarse en las escuelas (y ser de estudio obligatorio para los promotores de la Memoria Histórica).

Es su mejor legado, el de un hombre que padeció exilio, cárcel y persecución, pero nunca se puso de rodillas. Se levantó tras cada golpe, y se levantó también en el Congreso de los Diputados aquel 14 de octubre de la Ley de Amnistía sin dejarse carcomer por el resentimiento y la venganza, con un mensaje de paz y perdón. Muchos como él fueron capaces de enterrar lo peor de nosotros mismos para construir un país en el que cabemos todos. Casi ninguno ayudó tanto a cimentar, sobre las ruinas de la guerra incivil y el odio entre hermanos, el edificio que alberga la libertad de España.

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