Y Marlaska no fue grande

Un hombre público no puede aplaudir desde el silencio escenas de fanatismo, episodios de violencia

Soy ciudadano. Me gusta ejercer de ello. Levantarme, pasear con mi mujer y mis hijos, llevarles una mañana donde crezcan la libertad y la tolerancia, enseñarles fuentes donde sus padres bebimos para que puedan seguir nuestro ejemplo, y de paso invitarles a un batido con una tostada de pan y aceite. También es educar.

Soy eso. Un ciudadano de los de antes, de los que temía manifestar sus ideas en la calle por el peligro que corríamos con los de enfrente, con quienes no deseaban una incipiente democracia, quienes negaban nuestro recién comprado estado de libertades. ¿Os acordáis? Aparecían los de Fuerza Nueva, los guerrilleros de Cristo Rey… allí enfrente estábamos nosotros. Nos daban con palos, nos pegaban, un ojo hinchado y el honor de luchar para ver crecer lo que siempre quisimos a nuestro lado… Todos defendimos lo mismo. Éramos uno. Todos éramos uno.

El pasado sábado nada de eso sucedió. Mucha gente. Mucha más que cuando yo iba de manifestación. La verdad, en las mías no recordaba tanta base lúdica. Se quejaba Presuntos Implicados (Ay, decían) de cómo hemos cambiado, y si vieran ahora… Por más que aún sigamos con cierto temor mirando adelante por si acaso aparecieran, la verdad, ya no aparece nadie. El enemigo ahora está a tu lado. Como el pasado sábado. Debo reconocer que llevan razón los muchos que desde la izquierda han manifestado (para justificar lo injustificable) que el movimiento LGTBI es un movimiento político. De no serlo, carecería de sentido el episodio del sábado, el más antidemócrata de nuestra historia junto al 23 de Febrero. Pretender que alguien no pueda manifestarse y obligarles a abandonar el ejercicio de sus derechos y libertadas con una lluvia de latas con orines, insultos y amenazas. La única diferencia con los Guerrilleros es que éstos no llevaban luchacos.

Lo malo no es eso. El episodio no crispó más allá de la propia calle. Lo malo es cuando un ministro como Marlaska, deja de ser Grande. Cuando suma al concepto político de la LGTBI. Lo malo es cuando Marlaska, el ministro que abandonó su dignidad y nunca exigió públicamente a su compañera de bancada que dejara de llamarle maricón de manera despectiva, sí justifica en cambio el que pueda negarse el derecho a manifestarse. Por motivos políticos, claro. Un ministro de grandes méritos jurídicos, pero escaso bagaje social. Aún así, creo en el derecho de un hombre público a equivocarse, a errar, a desatinar. Humanamente corregible. Pero un hombre público no puede aplaudir desde el silencio escenas de fanatismo, episodios de violencia, espectáculos que niegan nuestro talante democrático.

Pues sí. La manifestación del sábado fue política. Qué pena. Yo que creí que, fuera de la algarabía de mal gusto y peor educación, allí se defendían simplemente derechos ciudadanos que en una sociedad como la nuestra debían ser inmediatamente repuestos hasta su absoluta igualdad, yo que creí en esos derechos injustamente ignorados… qué pena…

Al final, no hubo nadie enfrente. Ni Fuerza Nueva, ni los guerrilleros de Cristo Rey… tampoco estuvo Vox. Quizás sea momento para saber de dónde vienen los unos. Quizá sea momento para saber dónde están los otros.

Ay, cómo hemos cambiado…

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