Sigue habiendo pesadillas. Sigue habiendo personas a quienes un titular le niega el favor de vivir en paz. Sigue habiendo gente a quienes, en un minuto apenas, la enésima miseria política le sesga lo que hasta ayer era su mejor oportunidad. Decía Moliere que uno debería examinarse a sí mismo un largo tiempo antes de pensar en condenar a otros. La historia de Máximo el breve. El paso del tiempo condiciona muchas reflexiones cuando bajamos nuestra cabeza y nos miramos el ombligo. Si lo logramos, si somos capaces de alcanzar ese punto de cordura y humildad, vendrán días como hoy en que podremos reflexionar con tristeza y reconocer lo que fuimos capaces de destrozar. Nunca reparamos en el daño que infligimos cuando la viciada posesión de una verdad difuminada llena nuestro ego. Es parte de la necedad humana.

Máximo el breve fue ministro treinta segundos. Ahora, para estar cerca de su madre, mientras consume los últimos intentos de vivir, deja Madrid y abre una librería en Buñol, su pueblo. El urbanita que retrocede. Los hay. "No quiero tener esa pena de no haber hecho todo lo posible por ella, y por eso estoy allí. Mi madre hubiera sido más feliz sin mí. Habría viajado. Habría conocido otros lugares, otros hombres. Ahora, ahora está muy mal. Por las mañanas soy su hermano y por las tardes soy su hijo. Envejecer es una putada. Pierdes amigos, la vista, la talla… perder es lo más difícil de la vida. Y envejecer sólo es para valientes".

Quizá lo más duro para quien se siente hijo; que el último recuerdo de su madre sea el de los treinta segundos que duró el orgullo de ser madre, el de ver su hijo triunfar, el de la sonrisa de quien alcanza el infinito, para, en treinta segundos, sentir el silencio y la tristeza que le condena al resto de una larga eternidad. A Máximo el breve nunca le condenaron. Otros que siguen en política asegurando su futuro y un paseo por la indignidad no pueden decir lo mismo. Cuando se marchó, no quiso nada. Renunció a todo, al recuerdo, al ego, al orgullo, a la vanidad de sentirse halagado. Nadie le llamó. Una rueda de prensa para decir adiós. Sólo eso como pin del recuerdo. Le dolió su madre. Lo único que le dolía. Ver la cara de quien en la cocina se tragaba las lágrimas del día mientras preparaba un calabacín con huevo. Y las formas. También le dolieron las formas.

Si fue un chivo expiatorio, el tiempo ha terminado de aclararlo. El predicador Sánchez lo sabe, aunque le quede un poco lejos después de tanta víctima propiciatoria. El predicador Sánchez lo sabe, aunque una y otra vez niegue sus miserias y siga creyendo que falta menos para ser Dios. Para Máximo el breve, el calabacín con huevo de su madre después de dimitir, lo mejor. Al día siguiente, el surrealismo de entregar una cartera que nunca tuvo.

Ahora vuelve donde todo comenzó. Buñol, su pueblo, su madre, una librería en la calle donde cada año tiene lugar la tomatina. "Doña Leo" se llama. Hace de Hugh Grant en Notting Hill, de farmacéutico de libros, de consultor de indecisos. ¿Saben? Fui uno de los que criticó el nombramiento. Fui uno de los que pidió su dimisión. He situado Buñol en mi hoja de ruta. Siquiera por mirar a los ojos a quien hoy cuida de su madre. Siquiera por comprar un libro. Siquiera por pedirle que me recomiende uno. Siquiera por eso… siquiera por eso…

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios