La columna

Juan Cañavate

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Mejor decir adiós

Tan justificado está que gobierne Moreno Bonilla, como que lo haga Pedro Sánchez. Ni uno es un ocupa, ni el otro un usurpador

Desde que Susana Díaz dejó en manos de sus asesores de imagen la complicada tarea de analizar la realidad en Andalucía y en las de sus periodistas de gabinete la más difícil aún de diseñar las estrategias de su Gobierno, estaba más o menos claro que esta historia sólo podía terminar como ha terminado; con un desapego de la realidad que recuerda situaciones similares en la historia con hombres y mujeres que se encontraron con el poder sin merecerlo y que asistieron perplejos al momento en que lo perdieron como lo habían conquistado, sin enterarse de nada.

En el caso de Susana Díaz, además, se acentúa la falta de capacidad de respuesta a la hecatombe con la histriónica actuación de un desafinado coro de cómplices o de atolondrados que secundan y hasta aplauden como resultado victorioso lo que no es sino una catástrofe y justifican así, la insana ocurrencia de reivindicar el éxito de la empresa y fuera por contagio o por pura supervivencia, envuelven al atolondrado líder en una cápsula de irrealidad en la que todo se percibe como el deseo lo expresa y no como la fastidiosa realidad demanda.

Es posible que Susana Díaz haya ganado las elecciones andaluzas, de la misma manera que ganó Mariano Rajoy las elecciones generales. Por eso, tan justificado está que gobierne el señor Moreno, como lo está que gobierne Pedro Sánchez. Ni uno es un ocupa, ni el otro un usurpador. Las normas y el funcionamiento de la democracia son así y el poder y su naturaleza no son siempre una cuestión de aritmética, aunque de esas cosas, es bastante probable que no suelan hablar ni los periodistas ni los asesores de imagen de la aun presidenta.

Lo más probable es que ahora dediquen sus esfuerzos a hacer responsable del desaguisado a otro o a otros, Cataluña, quizás, el propio Pedro Sánchez, quizás, da igual, siempre será otro u otros los responsables de que el mensaje no haya llegado, de que el relato no pase de trasnochada ficción incomestible.

Sin entender que el relato verosímil, creíble, rotundo, es que la presidenta es la que ha acabado, no sin gran esfuerzo, con un proyecto político, hoy agotado y banal, que empezó con la Autonomía Andaluza, con una ilusión que ella sólo conoció de referencias y nunca compartió y con un partido que fue patrimonio de muchos hombres y mujeres progresistas andaluces y que hoy no deja de ser una borrosa sombra.

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