Memoria del azúcar

El Ayuntamiento de Motril y la Cámara de Comercio se afanan por convertir en un museo la que fuera Azucarera del Pilar

Hace unos años ya, fruto de la ocurrencia de un buen amigo, el ingeniero y empresario ascensorista Javier Molina, un puñado de amigos, amantes de la música, la historia y 'lo granadino', organizamos, muy ilusionados y ufanos, un concierto de piano y canto. Hasta ahí, nada nuevo bajo el sol. Sin embargo, lo verdaderamente atrevido fue el lugar escogido, que no fue otro que la sala del tren de molinos de la antigua Azucarera del Guadalfeo, en La Caleta de Salobreña, propiedad de otro buen amigo, Joaquín Martín Montero, que acababa de adquirir a su tío, el recordado don Francisco Montero, la destilería y bodega del prestigioso Ron Montero conocido, popularmente, por 'Ron Pálido de Motril'. Nunca hasta entonces se había cometido tal temeridad pues, las exigencias de cualquier concertista venían a presuponer locales muy distintos.

Sí, era un contraste temerario ver un piano de gran cola en medio de enormes engranajes, poleas inmensas, pasarelas de chapa y grandes bocas de toberas, aunque toda la inmensa estancia presentaba una perfecta limpieza y repaso general de pinturas en paramentos y en gigantes amasijos de maquinaria de imponente aspecto. Unos cuantos y temblorosos arpegios en el citado piano nos produjeron, a los tres o cuatro que por allí andábamos, haciendo tiempo hasta la del anunciado concierto, una sorpresa impensable al comprobar la bella sonoridad que, sin embargo de todo, ofrecía aquella gran sala de inmensos molinos, otrora para destrozar las cargas de jugosa caña que ya, hacía tiempo, había dejado de crecer en la anchurosa vega de Motril y sus alrededores. Disfrutamos, ciertamente aquella tarde, de un delicioso concierto al que siguieron otros varios, alguno hasta con presencia de la realeza belga, en las puertas de un tiempo de verano, adobado de algunos textos literarios y luego de una estupenda cena con mucha cerveza, conversación y sinfín de productos del mar que, desde toda geografía industriosa, se oía espectante, cercano y refrescante. Ya hemos dicho que el azúcar, por razón y voluntad de lo que llamamos 'Europa', había dejado de producirse en toda la costa meridional española. Y las máquinas, antaño ingenios de incesante rugir y movimiento, habían cesado para siempre, apostando hacia el silencio. Mudas siguen y calladas permanecen, como enormes artefactos dinosaurios, guardando, entre los dientes de sus ruedas mil secretas historias y dulces leyendas, desde tiempos musulmanes hasta estos otros de clara indefinición.

Ahora, en estos días, el Ayuntamiento de Motril con Luisa García Chamorro y Julio Rodríguez por parte de la Cámara de Comercio, se afanan en convertir la que fuera Azucarera del Pilar en un museo -¡bien!- del azúcar, que tanto trabajo y vida dio en este borde sur de la Europa olvidadiza. El azúcar es, también, memoria nuestra. Memoria de la mente y de la lengua. ¿O no?

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