Orgullo de madre

He vivido momentos en el que el profesional también se derrumba con la muerte de mi paciente y amiga Antonia

En el ejercicio de mi profesión no es difícil que la emoción te embargue, incluso que las lágrimas, incontenibles, desborden tus ojos y recorran tu rostro, a pesar de que uno intente siempre 'mantener el tipo'. No en vano, en la práctica médica nos encontramos con la faceta más frágil y emotiva del ser humano, que sufre y con frecuencia siente miedo, por la incertidumbre del pronóstico de su enfermedad. Esta última semana, con la muerte de mi paciente y amiga Antonia, he vivido uno de esos momentos de 'incontinencia afectiva' en el que el profesional también se derrumba. Y es que asistir a los últimos días de vida de una bella mujer de 33 años, que ha luchado tan 'heroicamente' contra un sarcoma, es tan descorazonador que uno no puede, por menos que conmoverse.

Desde los 15 años Antonia tuvo que desafiar al cáncer, primero con una leucemia aguda a la que venció, a pesar de estar casi desahuciada, gracias a un trasplante de médula ósea, que recibió de su hermano David. Después estuvo 14 años, alejada de la enfermedad con una plenitud de vida y una enorme determinación, como dice su madre. En esta época la conocí yo. Belleza mulata con enormes ojos 'azabache', labios voluptuosos y una eterna sonrisa que no abandonaba su rostro, a pesar de las circunstancias. Junto a ella una madre 'coraje', Mamá Nancy, siempre optimista, siempre buscando el bienestar y la felicidad de su hija, ambas con una complicidad que las hacía invencibles. Por eso cuando reapareció la enfermedad en forma de un agresivo sarcoma, ninguna de las dos dejó de luchar ante el tumor que aparecía y regresaba con una cruel insistencia a pesar de los tratamientos y las múltiples intervenciones quirúrgicas, alguna de ellas, verdaderamente mutilante. Nancy llevó a Antonia a los más avanzados centros médicos en el tratamiento del cáncer, y no cejó en su empeño de encontrar una cura para su hija, permaneciendo al lado de ella, hasta acompañarla en la sala de cuidados paliativos, ayudándole a afrontar el tránsito doloroso del final de su vida. Quizás por eso en estos últimos momentos, la encontré tan serena y tranquila, a pesar de sus llanto incontenido y del enorme dolor que albergaba en su corazón. Suscribo las palabras de ella: ¡gracias preciosa, por la lección de valentía y coraje que nos has dado, en tu corta pero intensa vida!

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