Otoño, togas y porras

España se nos ha ido convirtiendo en un país incómodo, agrietado, dominado por la desconfianza

Estos días de otoño avanzado son algunos de los que el remitente, o sea un servidor de ustedes, considera como de los mejores del año. Preguntado alguna vez por mi paraíso personal, no he dudado en responder que se me figura como un miércoles del mes de noviembre a las 11 de la mañana. Es decir, en día, hora y mes espontáneamente asociados con el punto del calendario más presidido por la denostada –bendita para mí– rutina cotidiana.

Este año todo parece conspirar para acentuar estos gratos sentimientos: días suaves y paulatinamente más frescos; la sutil y cambiante luz de otoño, tan favorecida y ajustada por el cordial y humano horario de invierno; el discurrir de las tareas –las clases, las lecturas, lo que los historiadores llamamos los papeles, esta columna…–; los medidos gozos familiares, tan distintos de los que imponen los periodos vacacionales; el trato pausado con los amigos, el estímulo vital de los negocios (sostengo que, en esta parte de Andalucía, lo que no quede cerrado antes de Navidad no se cumplirá ya en todo el curso)… Y todo eso sin hablar de la belleza del paisaje otoñal en mares, sierras y campiñas, aun cuando siga faltándonos la bendición del agua.

¿Cómo conciliar ese mundo, y la alta vivencia que nos regala, con el panorama sociopolítico y sus nubarrones? Fugado, como tantos, de la televisión desde hace años, la radio y hasta la prensa digital empieza a hacérseme insufrible. Casi imposible ir más allá de los primeros titulares y de las columnas de los amigos o de los autores admirados desde hace años. A pesar de todo lo dicho arriba y de su sociabilidad a prueba de espantos, España se nos ha ido convirtiendo en un país incómodo, agrietado, dominado por la desconfianza, dirigido por una verdadera caquistocracia de la que el Gobierno recién anunciado no es más que una versión aumentada y empeorada de lo que ya parecía insuperable. ¿Alguien sabe lo que será de este país dentro de un año? Aunque nadie puede ser capaz de asegurar si seremos república o monarquía, estado federal, confederal o taifal, patria o enjambre de tábanos, lo que sí parece asegurado, a la luz de la experiencia de los años que van pasando, es que estaremos rigurosamente peor que hoy. Un país pendiente por las mañanas de las manchadas togas de los jueces y por las noches de las porras de la Policía, no es bueno para vivir. No hay luz de otoño que pueda consolarnos.

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