La noticia es breve. Muy breve. Más breve que esta columna. Aparece al final de la página de un periódico local. Justo en esa parte inferior donde con toda probabilidad no llegará el ojo que hojea. Pasará desapercibida por mucho que en ella estén implicadas instituciones de la talla de la Universidad de Granada o quizás precisamente por ello se coloca al final, pequeña, discreta, para que, con suerte, se oculte al lector. Tal vez porque el periódico considere que la noticia puede herir la sensibilidad de sus lectores, agriarles el café a aquellos que no desean ver a ciertas instituciones posicionándose contra una decisión que, a unos pocos, asiduos a sus páginas, les generará pingües beneficios; otros, palmeros de los que se enriquecerán, aplauden el proyecto pues confunden progreso con retroceso y evolución con involución. No les importa lo que opine la universidad o cualquier otro organismo que se oponga al parecer del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía de anular la declaración como BIC del Valle del Darro, les importa el ruido, por molesto, que pueda generar un comunicado contrario al deseo de muchos de permitir el destrozo del pequeño corredor que sirve aún de pulmón para una ciudad que amanece cada día con un azul más sucio allá donde antes hubo árboles, hubo vega…

El 21 de enero de este año Europa Press publicaba que el Observatorio de Sotenibilidad había analizado la evolución del dióxido de nitrógeno en 80 ciudades españolas y el ranking lo encabezaban Coslada (Madrid) con una concentración anual de 39,16 de NO2, Granada con una concentración de 39,11 de NO2 y Mollet del Vallès (Barcelona) con una concentración de 38,39 de NO2, en ese orden. Somos, sin poseer industria, la segunda ciudad más contaminada de un país que se acostumbró desde finales de los cincuenta a ir arrasando campos y paisajes y sustituyéndolos por bloques de pisos con vistas a bloques de pisos. Anulan la declaración BIC, primero, con lo que esto conlleva. He sufrido en primera persona lo que supuso que la Huerta de San Vicente fuese descatalogada como BIC: arrancaron presurosos, desatendiendo a expertos, la carpintería exterior para sustituirla por otra que en seis meses lucía peor que la original, como si en lugar de madera fuese cartón. Recalificarán el terreno del Valle del Darro, destruirán una zona de alto valor paisajístico y arqueológico y construirán viviendas de falso lujo, para al final conseguir el cierre del anillo de circunvalación, un proyecto rechazado hace doce años por el nefasto impacto ambiental que suponía y que ahora se vuelve a sacar a licitación. Parece que la definición de impacto ambiental varía dependiendo de quienes gobiernen en la Junta. Constructores y bancos harán su agosto con un dictamen del Tribunal de Justicia de Andalucía que injustamente propiciará el avance inexorable de la ciudad hacia su destrucción ambiental completa. Pero somos Granada y lo demás son "pollas".

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