Cada vez que el Ejecutivo y las comunidades insisten en discutir, incluso, al preparar la vuelta al cole después de seis meses, reflejan un claro síntoma de su incapacidad manifiesta para debatir un tema serio y sólo ayudan a acrecentar las dudas entre los docentes, los padres y los propios alumnos: ¿Tiene que darnos un infarto si nuestros hijos toman un lápiz prestado del compañero para colorear? ¿Qué hacer si un profesor da positivo? ¿En los servicios complementarios, el comedor y las extraescolares, se dan por rotos los grupos de convivencia? En situaciones tan delicadas el consenso es obligado para salir del atolladero. Y con su actitud, nuestros gobernantes no degradan la condición humana, lo que logran es recordarnos lo corrompidos que ya estamos. Con tanto recelo y tanto escurrir el bulto, ni los expertos se explican cómo funciona su cerebro y por qué en lugar de aportar claridad y dar ejemplo para apelar a la unidad, confunden a la opinión pública.

Evaluar hasta qué extremo hay que exponer la salud para evitar que se frene la economía es razonable. Lo ideal sería tener unas pautas claras para todos, pero al parecer es imposible en un país que ofrece a sus autonomías una gestión a la carta, aspirando a que todas estén igual de contentas. De locos. El Gabinete de Sánchez no sólo piensa que puede alcanzar la perfección en esta pandemia, ahora cree que posee la receta del éxito. Como se ve, parece mucho más cómodo sugiriendo iniciativas antes que mojándose e impulsándolas. Y con su insensatez, recuerda al desconocido que te para por la calle con la mascarilla puesta y se la quita para preguntarte cualquier tontería a un palmo de tus narices. Las comunidades no se quedan atrás: locas por llamar la atención, reaccionan como el malaje al que el sanitario le pide que se ponga la mascarilla cuando visita su casa para curar a un familiar y le responde: "Ya sólo faltaba que usted me diga lo que tengo que hacer en mi propia casa". Está visto que muchos le han perdido el miedo al bicho este verano, casi tantos como los que ahora exigen máximas garantías en la vuelta al cole.

Los planes de prevención para regresar a clase han sido aprobados. Ahora sólo falta lo más importante: sentido común y que la comunidad educativa se los crea. Los grupos no podrán garantizar la ausencia de contagios, pero sí ayudarán a controlar algo mejor los positivos. Aún no está del todo claro el apoyo que recibirán los colegios. Y la desinformación es de tal magnitud que ni siquiera los niños saben si han de llevar la mascarilla todo el tiempo... O entre todos ayudamos a nuestros docentes y estos exhiben el mismo grado de compromiso que nuestros sanitarios, o difícilmente servirán de algo los protocolos previstos, a las primeras de cambio, cuando haya que limpiar un pupitre y el personal empiece a silbar. A esta hora, todos seguimos algo perdidos. Y como ha hecho gran parte de la sociedad, los docentes también tendrán que reinventarse. O nos echan una mano para enseñarnos a salir de ésta, o sin su ayuda será muy complicado.

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