Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

Pocas estatuas tiran

El penúltimo Gran Berrinche es el de las estatuas. Otras veces lo es el de las banderas o los nombres de las calles

El penúltimo Gran Berrinche Social lo ha suscitado el derribo de estatuas. Para algunos un ultraje. Cuando no son las banderas son los himnos o los nombres de las calles. Y cuando no, las estatuas. Como ahora. Les toca a ellas. Pero pocas son las que se tiran. Deberían tirarse más. Muchas ciudades lo agradecerían. Hay un montón de estatuas que no aportan nada, no dicen nada, no pintan nada. Una cosa buena sí tienen: le han dado de comer a un escultor (si es que ha cobrado el trabajo, ya se sabe que hay algunos ayuntamientos que no pagan ni a tiros y cuando lo hacen el escultor ha dejado lo suyo y ha puesto una tiende de souvenirs).

Pero hay demasiadas estatuas. Muchas horrendas. Sin sentido. Ahí es donde yerran los derribadores de estatuas. No tiene nada que ver con la política, ni con la ideología, ni con la historia, ni con la religión. Tiene que ver con la estética. Ésta es la que debería guiarlos y motivarlos para echar abajo tanto pegote como hay repartido por las ciudades. Puede que así recibieran aplausos de quienes ahora los critican. Y a veces se daría la coincidencia: con la caída de la estatua de un tirano desaparecería al mismo tiempo un adefesio. Se da uno un garbeo y se echa de menos a veces una piqueta. En mi pueblo natal, por ejemplo. Ahí hay trabajo. Un alcalde megalómano que una vez que dejó de serlo -alcalde, no megalómano, la megalomanía sólo te la quita la muerte- pasó un tiempo en la cárcel se dedicó a construir rotondas y encima de ellas puso cosas. Si uno llega en tren, nada más salir de la estación se da de cara con un descomunal torongo que llaman el minotauro, cuando no tiene nada de eso; en otra instaló caballos de colores (se desconoce si la idea fue aprobada en un pleno municipal con los concejales en viaje de ácido); y en otra un muñeco Michelin gigante que ostenta el récord de provocar la expresión "¡Hostias! ¿Qué es eso?".

Pero a los que les ha dado por tirar estatuas sólo los mueve una mezcla de ignorancia supina y vandalismo tipo Cojo Manteca bajo toneladas de tedio. Ni siquiera es iconoclastia. El arte y la belleza, el sentido de la proporción, el canon clásico, la decoración urbana... todo eso les importa un carajo, y es lo que debería incentivarlos. Sus líderes tendrían que ser personalidades solventes y cualificadas en la materia, casi sabios que les enseñaran a discernir entre la excelencia y el monigote. Si así fuera, apenas habría tres o cuatro estatuas en la mayoría de nuestras ciudades.

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