En tránsito

Eduardo / Jordá

Portadores de secretos

20 de enero 2016 - 01:00

SALÍ del cine con calambres en el estómago. Ahora, cuando escribo esto, los calambres siguen ahí. La película se llama El hijo de Saúl y es una de las más bellas y más terribles que he visto nunca. O mejor dicho, es la más bella y la más terrible. También es la película que tiene los actores más convincentes que he visto en mucho tiempo, y eso que la mayoría no son actores profesionales y era la primera vez que se ponían ante una cámara. Olvídense de las estrellas de Hollywood. Si quieren saber lo que es actuar, vayan a ver El hijo de Saúl.

En sí mismo, el Holocausto es inenarrable, porque es un hecho tan monstruoso que escapa a cualquier medida humana. Y para hacernos ver cómo pudo ser aquello, El hijo de Saúl ha elegido una pequeña pieza en la enorme cadena de exterminio. Esta pieza es un judío húngaro que trabaja de sonderkommando en Auschwitz. Los sonderkommandos eran los presos que tenían que hacer el peor trabajo de todos: acompañaban a las víctimas a las cámaras de gas, transportaban los cadáveres al crematorio, los quemaban y luego hacían desaparecer las cenizas. A cambio, tenían mejores raciones de comida. Los demás presos los odiaban porque los consideraban cómplices de los asesinos. Los nazis los llamaban "portadores de secretos" porque habían tenido acceso a lo que ocurría en el corazón de los campos. Cada tres o cuatro meses, todos los sonderkommandos eran gaseados en las mismas cámaras en las que habían trabajado. Algunos de ellos dejaron sus testimonios enterrados, con la vaga esperanza de que alguien pudiera encontrarlos algún día.

El hijo de Saúl consigue el milagro de narrar una historia de piedad en medio del horror absoluto. Y también consigue hacer una película espiritual y trascendente contando unos hechos que en principio desmienten cualquier atisbo de trascendencia. Casi no vemos el infierno, pero intuimos lo que sucede allí dentro porque oímos una babel de gritos y de llantos y de frases en todos los idiomas que se hablaban en los campos. Cuando salí del cine, mientras intentaba sacudirme los calambres, recordé a los tres bomberos sevillanos que habían sido detenidos en Grecia por intentar hacer lo mismo que el sonderkommando de la película: introducir un poco de piedad en medio del infierno. Honor a estos bomberos. Ellos son nuestros "portadores de secretos".

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