Hemos tenido desde la recuperación de la democracia cinco mociones de censura previas a la que ensaye esta semana Tamames. La de Felipe a Suárez y la de Hernández Mancha a Felipe, cuando las cosas eran serias; la de Iglesias a Rajoy y la de Sánchez, que prosperó, cuando empezaron a torcerse; el experimento propio de Abascal, sacando pecho, y ahora esta.

La censura es una herramienta constitucional excepcional, un modo anormal de alcanzar la presidencia. No hay carga negativa en el adjetivo anormal, es puramente descriptivo. La forma normal de alcanzar la presidencia es lograr la investidura como presidente, la confianza de la Cámara en positivo, con mayoría absoluta en primera votación o mayoría simple en las sucesivas, más síes que noes. El triunfo de la censura es perder la confianza de la Cámara, en negativo, el sí a la moción es el no a la continuidad presidencial, y además por goleada: es preciso que el rechazo sea por mayoría absoluta. Si el presidente es censurado, se inviste automáticamente presidente al candidato alternativo. Eso solo ha pasado aquí, a nivel gobierno central, una vez, como hemos repasado: Sánchez.

La censura es, sin duda, una herramienta política. Un ejemplo claro fue la primera. Felipe sabía que los números no salían contra Suárez, pero se presentó ante el país como una alternativa viable. Obviamente, la de Sánchez, días antes poco probable, fue exitosa para su candidato, desde entonces, presidente. Es un arma política compleja, porque suma la confianza al candidato alternativo, de tal manera que un presidente desgastado, si supera la moción, se apunta una victoria rotunda. Importa el qué, claro, pero también el quién y el cuándo.

La política es percepción (enésima vez que lo escribo y cada vez más lo creo). La de una censura que no prosperará, liderada por un señor mayor, sentado en el escaño del hemiciclo que ocupa el líder del grupo cuyos diputados la firman, de derecha dura que proponen a un candidato liberal con pasado comunista, con un discurso previsiblemente profesoral, susceptible de aburrir más por forma que por fondo, dada la filtración conocida, no es una jugada maestra en año electoral. La censura hay que ganarla o, al menos, rendirla para presentar una alternativa creíble y viable, en el momento adecuado.

En menos de 80 días el país acude a las urnas y ahí se tomará el pulso cierto para el envite general que espera a fin de año, como tarde. Es decir, pudiera ser que a Peter le queden dos telediarios y ya esté viendo uno, luego, por mucha gana e incluso por muchos motivos, ¿a qué la prisa y a qué el regalo? Veremos qué juego da, pero, a priori, el show Abascal vía Tamames no contribuye al anhelo plausible de gran parte del país (no de Vox, sino de un espacio amplio, demócrata, huérfano y perplejo) de que a Peter se lo coma Ramón de verdad.

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