Primer pronunciamiento

17 de abril 2014 - 01:00

EL 16 de abril de 1814 aconteció el que se considera primer pronunciamiento militar de la historia española. Lo llevó a cabo el general Elio, capitán general de Valencia, para apoyar a Fernando VII, recién vuelto a España en olor de multitud, en sus intenciones de abolir la Constitución de 1812 y restaurar el absolutismo. No vamos a defender al rey Deseado porque en el exilio hizo cosas más propias de hombre de vil condición que de mal príncipe; pero tampoco a una Constitución que no representaba a nadie y que el pueblo no quería. Los pocos liberales que entonces había en España se arrogaron poderes y legislaron para sus propios ideales, así que cuando Fernando VII derogó todas las disposiciones de las Cortes, obtuvo el aplauso general y fue más popular y querido que nunca. El triunfo posterior del liberalismo convirtió la Constitución en un mito hasta el día de hoy y a Fernando VII en un monstruo.

Los pronunciamientos son tan españoles y hubo tantos, con éxito o sin él, que la palabra ha pasado como préstamo del español a otras lenguas. Es un tic político propio del siglo XIX, tanto es así que los ocurridos en el siglo XX hasta 1981, incluido el de los capitanes Galán y García Hernández, tuvieron el aire nostálgico de la época de las sociedades secretas y los conspiradores. La realidad es más prosaica: raro es el pronunciamiento que no estuvo unido a intereses económicos o al deseo de notoriedad de jóvenes oficiales demostrando valentía y heroísmo en defensa de tendencias políticas, un medio rápido de ascenso militar y social. No pocos acabaron ennoblecidos y muy ricos. Un joven uniformado a caballo con la espada desenvainada siempre suscitaba simpatías suficientes, después concluían en lo mismo que el pronunciamiento contrario. Las ideologías se acaban confundiendo.

Las ideas políticas aparecen con cierta precisión pero las ideologías son vagas, de manera que un pronunciamiento, un golpe o un intento de golpe de Estado, una ilegalidad violenta en todos los casos, hará héroes o villanos. Para las izquierdas de la época (hoy se ha hecho un silencio sospechoso sobre estos golpistas) Galán y García Hernández fueron héroes y mártires en láminas orladas, como santos del martirologio laicista. Dos años después y por el mismo delito el general Sanjurjo fue la reencarnación de Asmodeo. De los sentimentalismos ideológicos y sus pronunciamientos mejor es no fiarse porque todos acaban a tiros.

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