Quiquiriquí

Hermosas obras, y magnífico festival, que reivindican el trabajo con títeres

Eran hermosas, delicadas, las dos obras que pude ver el domingo en el Centro Lorca, dentro del Festival de Teatro de Títeres Quiquiriquí. Un Festival que dirige la compañía Etcétera y que propone "el canto limpio de un gallo que anuncia un despertar, un nacimiento, algo nuevo". Un Festival que hay que aplaudir en una ciudad necesitada de buenas y limpias iniciativas culturales. Un Festival que parece haber llegado a Granada para quedarse y para contribuir a dar sentido a un Centro Lorca que sigue esperando llenar el vacío de su biblioteca, de sus archivos, de su nombre.

Las obras eran, son, El grito cotidiano, de la compañía Les Anges au Plafond (Francia), y Paper Cut, de Yaeel Rassoly (Israel). Obras muy diferentes, pero con cierto aire familiar, ciertas extrañas afinidades. En la primera, una lectora de un periódico (de papel, valga la precisión) ve, o hace, salir de las páginas del diario a los protagonistas de las noticias del día; mientras, a su lado, pero sin percibirla, una violonchelista toca sin parar una música extraña. En la segunda, una secretaria, en medio de la soledad y el tedio de su oficina, consigue inventarse un mundo paralelo y romántico, que, como a la Cecilia de La rosa púrpura del Cairo de Woody Allen, la lleva a traspasar la pantalla del cine, y la convierte, en su caso, en una gran estrella de las películas hollywoodenses de los años 40.

En ambas obras son mujeres las protagonistas y únicas actrices. Personajes empeñados o dispuestos a tocar o a comunicarse con el ámbito de la fantasía. En las dos, se recrean con nostalgia, delicadamente, mundos ya lejanos, como los periódicos de papel o el cine en blanco y negro (¿o acaso el cine sin más?). Pero, sobre todo, son en ambas obras los títeres de papel quienes acompañan a los personajes femeninos y quienes actúan con ellas y junto a ellas. Unos títeres que no ocultan, que incluso delatan continuamente, que lo son, que exhiben orgullosos ante nosotros su fragilidad extrema, su no-ser y que, sin embargo, nos creemos, nos conmueven como personajes, en una mezcla de inocencia, de imaginación y de ternura.

Hermosas obras, y magnífico festival, que reivindican el trabajo con títeres. Un trabajo pequeño, dedicado y delicado, minucioso. Un trabajo para nadie y para todos, hecho con objetos frágiles, que pueden romperse en cada función, y que cada día hay que volver a recomponer. Un poco como la propia vida.

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