Todo está condenado a desaparecer. Desaparece la fisonomía no sólo de la ciudad, sino que desaparece hasta el paisaje. Cambia el verde por un gris sucio y donde había árboles queda devastación. Hemos olvidado el fuego que asoló el Valle de Lecrín y el Valle suplica moratorias y recoge firmas que detengan lo imparable: tres parques eólicos y una central hidroeléctrica. Algunos políticos se hacen los remolones y se rascan detrás de la oreja, porque sienten cómo zumba un insecto molesto que exige reforestación en el punto exacto en el que desde las instituciones se habla de beneficio. Hemos olvidado el fuego que, aparentemente, irresponsables provocaron en el Cerro de San Miguel, y tan casual como aparente es su consecuencia: el nuevo plan Especial Albaicín-Sacromonte. Es casual que en este plan se proyecte una carretera que atravesará parte de la zona quemada y unirá la Abadía con el cerro de San Miguel. La construcción de un aparcamiento para atraer a los turistas, a los vehículos y sus ruidos y su contaminación en uno de los pocos lugares con el aire menos sucio en la tercera ciudad más contaminada de España. Restringimos zonas a los vehículos para paliar la llamada de atención desde Europa y ensuciamos lo limpio. Un plan, dicen desde la izquierda, "que cambiará la imagen milenaria de la ciudad [...], que acabará con el último punto cardinal virgen [...] Se creará una enorme bolsa de especulación". Hablan del advenimiento del cierre del Anillo... ¡Qué cosas tienen estos de la izquierda! ¿Cómo iba a permitir el consistorio actual un desastre semejante? La tala de árboles, la construcción de aparcamientos, la especulación urbanística, eso no va con el consistorio actual, respetuoso con el medio ambiente, respetuoso con lo que debe imponer respeto. Aunque la realidad sea que la fisonomía de la ciudad cambia a velocidad de vértigo y donde antes los olmos llenaban de sombra las aceras, ahora el sol quema fachadas. Donde la vega irradiaba olor a tierra, hoy el aire pesa de irrespirable CO2. Desaparecen los barrios y su vida, alentados por políticos, la nueva aristocracia, palmeros contra todo pronóstico de los especuladores. Si el objetivo está claro, nada habrá que lo impida. Este barrio mío, donde la vida juega en la plaza y el silencio permite el sueño y la nube negra que cubre la ciudad se ve como algo de allá en el horizonte, no llegará a convertirse en referente para los niños que crecen en él, porque se fijó en el punto de mira. No da tregua la velocidad del cambio, desaparece el tiempo natural de adaptación a un nuevo paisaje, a una nueva vida, y sin referentes se impone la desorientación y la perplejidad.

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