rafael sánchez saus

Sánchez en estado puro

Creíamos que artículo 115 de la Constitución estaba para ser cumplido. ¿Nadie tiene nada que decir

He aquí un país en el que el ciudadano anónimo no puede ignorar ni una de las infinitas normas y obligaciones acumuladas tras años de diarrea legislativa sin caer en las garras de la autoridad, pero el presidente del Gobierno puede vulnerar a plena conciencia la Constitución en el momento solemne en que decide convocar elecciones generales. Sin que se imponga la nulidad del hecho ni nadie sueñe con una sanción que, en este caso, no podría resultar más ejemplarizante: la de recordar que la ley, y no digamos la Constitución, obliga a todos, empezando por los más altos cargos del estado. Que Sánchez se haya pasado por el forro, una vez más, al Rey ya no puede sorprender a nadie. Que haya ninguneado a su propio Consejo de Ministros, ¿a quién le extraña? Pero creíamos que artículo 115 de la Constitución, como los demás, estaba para ser cumplido. ¿Nadie tiene nada que decir?

Estos gestos de desprecio a la ley, a las instituciones, a los ciudadanos y no digamos a sus oponentes, le han ganado a Sánchez un aborrecimiento popular que no pueden compensar los estrategias de los asesores monclovitas, las manipulaciones de los medios afines ni los aplausos de dos minutos de sus próximas víctimas, los congresistas que seguirán en breve la suerte de tantos alcaldes y diputados autonómicos del PSOE. Resulta increíble que la maniobra de convocatoria de elecciones anticipadas en pleno julio, cuando en media España rara vez se está por debajo de 40º a la sombra, todavía pueda ser contemplada como muestra de audacia o capacidad estratégica y nadie recuerde el comportamiento de Sánchez durante la pandemia, un momento en que el interfecto dio lo mejor de sí mismo: la ineptitud y la criminal falta de previsión gubernamentales de un día eran tapados por el crimen y la ineptitud del siguiente, una continua huida hacia delante esmaltada de medidas draconianas y caprichosas que sólo la llegada de la vacuna pudo frenar. Era necesario cubrir las espaldas del Gobierno con falsos dictámenes de inexistentes expertos y, por supuesto, insuflar miedo, mucho miedo para conseguir la sumisa aceptación de cualquier despropósito. Hoy, Sánchez, el audaz estratega de tertulianos y editorialistas, juega a lo mismo: patadón y balón arriba, ocultamiento del fracaso, elusión de responsabilidades y siembra del miedo, mucho miedo: esta vez al virus de la ultraderecha, la extrema derecha y la derecha extrema.

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