El grotesco esperpento que ya anuncié se va cumpliendo paso a paso: un prófugo de la Justicia, como Carles Puigdemont, dirigente de la separatista extrema derecha catalana, xenófoba y supremacista, está dirigiendo los destinos de España, la nación que odia profundamente. Ha encontrado el cómplice ideal para sus propósitos en Pedro Sánchez, dispuesto a aceptar todas sus exigencias a cambio de que lo mantenga en La Moncloa. Lo último, hasta el momento, es eliminar hasta los posibles delitos de terrorismo en la llamada ley de Amnistía. Ya Sánchez borró los de sedición y atenuó el de malversación del Código. Ahora ha aceptado la enmienda para exonerar de culpa alguna a Puigdemont y a los grupos que actuaron violentamente contra aeropuertos, carreteras, ciudadanos, enseres públicos y privados, en sus violentos ataques contra el orden constitucional.

Lo nuevo no es ya que un presidente del Gobierno español se salte las líneas rojas constitucionales para satisfacer las exigencias de un personaje como Puigdemont, sino que intente que su sadismo político, tan gustosamente aceptado, lo compartan todos los socialistas. Los sanchistas han iniciado una caza de brujas contra los socialistas que no aceptan las exigencias extremas del sádico Puigdemont, demostradas en su permanente sonrisa de quien humilla a quiénes consideran inferiores, como si siguiera el manual del marqués de Sade, llevado a la práctica política.

Esa permanente humillación no pueden compartirla todos los socialistas. Por eso es natural que personajes históricos del partido, como González, Guerra y tantos otros –algunos ya expulsados– hayan mostrado su disconformidad con esta deriva. Incluso ahora ha cobrado relevancia la advertencia hecha al discrepante presidente de Castilla La Mancha, García Page, el único que conservó la mayoría absoluta en los últimos comicios regionales y locales que tan duramente castigaron las políticas de Sánchez. La vicepresidenta primera del Gobierno sanchista, la señora Monero –que por cierto esgrime un feroz hembrismo cuando se refería a un oponente político por su calvicie y sus gafas– le ha llamado la atención y los miembros del ejecutivo le mandan mensajes de advertencia. Sánchez no quiere socialistas auténticos a su alrededor y exige reverencia a los que debe su permanencia política: Carles Puigdemont y el conjunto de los independentistas catalanes y vascos. A los que no se arrodillen ante esos caprichos y apetencias serán sacrificados en el altar donde terminarán las víctimas propiciatorias, entre ellos socialistas, políticos, jueces, periodistas que no están dispuestos a someter su independencia y dignidad a las divinidades de la secta.

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