| entre ayer y hoy |

José Luis Delgado López

El Santo Entierro de Jacopo Torni, El Indaco

La figura patética de José de Arimatea del Santo Entierro de Granada se inspira en el mítico Laoconte, según un pasaje de Virgilio en la Eneida. La unión del pathos griego y la passio latina.

01 de abril 2010 - 01:00

LA riqueza etimológica de nuestra lengua relaciona las palabras pathos griega con la palabra passio latina; y de ellas parecen derivarse las palabras paso y pasión, que tan relacionadas están con la Semana Santa. Y de ahí surgen otros términos que tienen que ver con el dolor y el sufrimiento como patético, paciente, paciencia, patología o apatía, entre otros. Y palabras relacionadas con la exhibición pública de una escena religiosa alusiva a la pasión de Jesucristo, tal como entendemos hoy la palabra paso de Semana Santa. Hay momentos en que las palabras pasión y sufrimiento se confunden.

Tiene Granada un magnífico ejemplo esculpido en madera policromada, representando a la figura de José de Arimatea en el grupo del Santo Entierro, realizado en 1520 por el florentino Jacopo Torni El Indaco, y conservado hoy en el Museo de Bellas Artes .

Dicen los historiadores del Arte que para ese patético rostro buscó el escultor como modelo el del Laoconte, sacerdote de Apolo en Troya, el que denunció la trampa del caballo de madera que mandaron los griegos. Escultura helenística griega de la Escuela de Rodas, recién descubierta en Roma en 1506. Narra Virgilio en la Eneida el pasaje por el que unas serpientes marinas enroscan los cuerpos de los hijos del sacerdote, y éste, en el intento de protegerlos, es igualmente atacado. El escultor inspirándose ahí, ha plasmado perfectamente en su rostro el doble dolor, el físico al ser mordido y el psicológico al no poder defender a sus hijos. Esa expresión patética fue señalada por el teórico del arte Lessing en 1776 como el paradigma del pathos griego y fue la que luego copiaron muchos escultores del Renacimiento para los temas relacionados con la Pasión de Cristo, entre ellos Jacopo Florentino cuando estuvo en Granada.

Vino el florentino al calor de las enormes expectativas de trabajo que había en la Granada recién conquistada, a la que había que llenar de iglesias y conventos que paliaran cuanto antes la huella de la religión musulmana. Empezaron a cambiarse mezquitas por iglesias y alminares por campanarios. Vino primero y también de Florencia Domenico Fancelli para hacer el sepulcro de los Reyes Católicos en la Capilla Real y luego su paisano Jacopo Torni, al que le encargan el grupo de la Anunciación de la misma Capilla Real, coronando la puerta de acceso a la Sacristía, y la referida obra del Santo Entierro.

Estas imágenes del Renacimiento, en madera estofada y policromada, pretendían un gran realismo; pero mucho mejor lo consiguieron luego las del periodo barroco contrarreformista, a las que se añadieron pelucas y pestañas postizas de pelo natural, ojos y lágrimas de cristal, puñales metálicos, coronas de espinas también naturales, etc. Había que mover y conmover; llevar al pueblo medio analfabeto el mensaje cristiano a través de imágenes muy didácticas; y en eso estaban la mayoría de los escultores renacentistas y barrocos de todas las escuelas. Y nuestros Siloé, Hermanos García, Pablo de Rojas, Cano, Mora, Mena, Risueño, Ruiz del Peral, etc. no iban a ser menos.

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