Aesa cofradía, con menor o mayor intensidad, pertenecemos todos. Si algún día llegara a procesionar ordenadamente, su larga marcha (apropiacionismo del Libro Rojo) emularía el esforzado viaje de Phileas Fogg y su meteórica vuelta al mundo. El nombre, y hasta el concepto, se lo debemos a un poeta y cantautor, no conocido precisamente por su fervor religioso pero sí por la plasticidad de sus letras y su capacidad de, en dos palabras, describir situaciones. Si "más triste que un torero al otro lado del telón de acero" sugiere el colmo del desvalimiento y lo entienden hasta los más recalcitrantes animalistas, esa cofradía del Santo Reproche que entrecala Joaquín Sabina en su 19 días y 500 noches nos retrata, a unos más que a otros, de frente y de perfil.

Qué sutileza, que enorme gama en ese sentimiento, que puede tener la dimensión de apenas unas febrículas o consumirnos en la calentura del resentimiento y el rencor. Además con riesgo de cronicidad: hay personas que a partir de un determinado momento viven literalmente en el agravio. Algo que merecían se les negó una vez o se les niega cada día, tal vez sea la no admiración universal por su talento, tal vez por causas completamente justificadas y reales. A algunos la fortuna le sonríe y otros, sin embargo, parecen haber inspirado a Gustavo Adolfo Bécquer y ese canto desesperado (mi vida es un erial) al infortunio.

Todos albergamos algún resentimiento, de hecho el rencor ayuda mucho a la ecuanimidad: no tratar igual a los desiguales no sólo sirve como principio de Justicia en cualquiera de sus ámbitos, sino, muy especialmente, en la vida privada. Nuestros afectos más sinceros resultan al final un toma y daca, que cuando se desproporcionan suelen acabar fatal. Las relaciones donde una parte marrulla agravios son altamente tóxicas, lo cual no impide que haya quien las practique con soltura. También hay a quien le gusta el color azul pavo.

Abundando en la idea de Sabina y homologando esa Hermandad de Resentidos a las clásicas, sean penitenciales o de gloria, la pertenencia cofrade varía según méritos, perseverancias y ortodoxias. Los hay meros aficionados que de cuando en vez desfilan junto al paso del agravio -no siempre nuestros esfuerzos se ven recompensados- y los hay que viven esa suerte de filiación con auténtica devoción y, más allá de fechas señaladas, la hacen la causa de una vida. Como quiera que toda identidad busca un cuerpo teórico, una exegesis y hasta un libro de reglas, el Hermano ejemplar del Santo Reproche nunca confesará un agravio concreto, cosa de aficionados. Su causa es la causa del mundo. Y su oponente un gigante, una idea, un sistema económico o político, el desorden mundial. El Resentido de Honor es siempre un mártir y, ya se sabe, los mártires siempre tienen razón.

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