Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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Sexo cuaternario

Para finales de siglo, según el antropólogo Eduald Carbonell, nuestra especie quizá se divida en cuatro subespecies

Los designios de la Naturaleza son más escrutables y previsibles que los de Dios. Basta con ver cómo las plantas, incluso los lirios del campo, sin que nadie las cultive, en cuanto caen unas gotillas, pujan, emergen, pululan y se salen, para que uno se diga en lo más recóndito de su ser: ¡joder con la Naturaleza! Qué ganas de proliferar. Ella y sus criaturas. Los imperios de Putin, Hitler, Stalin, Napoleón, Carlos V, Biden, Alejandro Magno y César, en cuanto se les dio un poco de cuartelillo y en cuanto los asesores les dijeron a sus putos amos: tú puedes, tú te lo mereces, Dios te respalda, todos corrieron a conquistar, a arrasar, a matar, a quemar, a violar, sin importarles nada los millones de semejantes que dejan en las cunetas ni el dolor que causan ni la desolación que siembran ni el horror que esparcen. Natura y sus criaturas se mueren por proliferar, por expandirse. El planeta está a reventar de gente. Y, qué curioso, hay casi tantas mujeres como hombres. Bueno, más mujeres que hombres, porque la Naturaleza no es tonta y, hasta que la higiene y el uso de los antibióticos se generalizaron, los partos mataban a muchas mujeres, por eso la Naturaleza, en su empeño de que la vida no se acabase, produjo más mujeres que hombres. Las que entran por las que salen, se dijo la Naturaleza para sus adentros. Y se puso, sexualmente, de un binario que alucinas. Para fabricar humanos, hasta la aparición de la mecatrónica, ha habido que 'maridar' un hombre con una mujer. Pero a finales de siglo, quizá, la especie sea así de cuaternaria: homo editus, salido del laboratorio; el homo prótesis, modificado para hacer frente a las enfermedades; el homo sapiensrestrictus, el no modificado; y, por supuesto, el homo mecatronensis. Amor es el nombre que le hemos dado a esa fuerza imparable que nos lleva a chocar a hombres y mujeres, a hacernos daño, a hacernos gozo; a este empeño sublime de mantener la vida en este escrúpulo sideral, en este trocito del cosmos que llamamos Tierra. A este potro indomable, como en las películas de cowboys, hemos intentado ponerle freno, montura, bridas, bocados de hierro. Pero él, salvaje, nos descabalga una y otra vez. Y nosotros, con los huesos rotos, con el corazón 'partío', volvemos a montarlo. Cabe esperar que la primera generación de robots enamorados sea más sensata.

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